El 10 de diciembre, el autodenominado “anarco”capitalista Javier Milei asumió la presidencia de Argentina, después de haber hecho campaña con la promesa de eliminar el Banco Central de Argentina y derrocar al establishment político. ¿Qué sucede cuando un “anarco”capitalista toma el poder?
Como hemos enfatizado durante mucho tiempo, no existe el “anarco” capitalismo. La idea de que las jerarquías que crea el capitalismo podrían ser compatibles con la aspiración anarquista de abolir las disparidades de poder impuestas es tan contradictoria como la idea de que un anarquista pueda convertirse en jefe de gobierno. Hay capitalistas y hay presidentes (y prácticamente todos los presidentes son ambas cosas), pero ningún anarquista caería tan bajo como para ser presidente o partidario del capitalismo.
Desde la votación del Brexit y la elección de Donald Trump, los políticos de extrema derecha han obtenido una serie de victorias electorales presentándose falsamente como rebeldes contra la élite gobernante, aprovechando el descontento latente y las formas en que liberales e izquierdistas se han asociado con las instituciones predominantes. Sería imposible para los políticos de extrema derecha presentarse como rebeldes si no fuera por el hecho de que la derecha y la izquierda se han confabulado para aplastar a los anarquistas y otros movimientos sociales que de otro modo serían un ejemplo de lo que parece una rebelión real. La victoria electoral de un “anarco” capitalista es el último capítulo de esta historia.
No sorprende que, en la práctica, el “anarco” capitalismo no implique anarquismo, sino mucho capitalismo. En lugar de abolir el Banco Central, el primer acto de Milei fue convertir al ex presidente del Banco Central en su ministro de Economía. En los primeros días de Milei en el cargo, anunció algunos recortes dentro del gobierno: detendrá nuevos proyectos de infraestructura, despedirá a empleados estatales, recortará los subsidios a la energía y el transporte para los consumidores, abolirá la mitad de los ministerios federales y devaluará el peso argentino, intensificando la inflación. y casi con certeza producirá una recesión. Con el nuevo tipo de cambio del gobierno, el ingreso anual promedio argentino será de sólo $6300.
Pero no se trata de deshacerse del gobierno, sino simplemente de eliminar cualquier aspecto del mismo que pueda aliviar las formas en que el capitalismo impacta a las pessoas. El gobierno de Milei no reducirá el aparato represivo del Estado. Su ministra de seguridad, Patricia Bullrich, otro antiguo miembro de la élite política, ha prometido movilizar a la policía para reprimir a los manifestantes. Bullrich ha anunciado su intención de criminalizar a los organizadores y a los manifestantes individuales por el costo de vigilar las manifestaciones. Como las autoridades serán quienes decidan cuánta vigilancia policial requiere cada manifestación, esta política permitirá a la policía extorsionar a la gente común y corriente precisamente de la manera en que los “anarco”-capitalistas acusan a los socialistas de hacerlo. También tiene la intención de introducir nuevas formas de represión, convirtiendo a las autoridades migratorias y a los servicios de protección infantil en armas contra quienes participan en las protestas.
Para obtener más perspectiva sobre cómo anarquistas reales ven la situación en Argentina, entrevistamos a camaradas de La Oveja Negra y Cuadernos de Negación, dos proyectos asociados a la Biblioteca y Archivo Alberto Ghiraldo de la ciudad de Rosario. Aquí analizan las décadas de lucha social y reestructuración económica que crearon las condiciones en las que Javier Milei llegó al poder. Para obtener más información, puedes leer “Volver al Futuro”, el primer artículo que publicamos sobre la victoria de Milei, o esta entrevista con el proyecto editorial anarquista Expandiendo la Revuelta.
¿En qué esta figura repugnante como Milei es una continuación de viejas tendencias de extrema derecha y en qué se diferencia? Según tu lectura, ¿cómo logró ganar las elecciones?
Recientemente publicamos un libro que titulamos “Contra el liberalismo y sus falsos críticos.” Lo comenzamos hace poco más de un año y cuando lo terminamos Milei ya estaba por ganar las elecciones presidenciales. Fue todo muy rápido, se convirtió en presidente con solo dos años de campaña para ello y con un discurso extremista sobre “quemar el banco central” o “terminar con la ideología de género”.
Nuestra intención era abordar el surgimiento del fenómeno liberal-libertario en Argentina así como otras expresiones de la derecha alternativa (alt-right), y finalmente lo publicamos en plena campaña electoral. Estuvimos viajando y presentándolo por algunas ciudades del país, así como también en Santiago de Chile. Es un tema muy vigente y prioritario para nosotros y para las personas con quienes nos encontramos, por lo que tuvimos muchos debates y muy profundos. Evidentemente algo está cambiando, ya no solo en el viejo “movimiento obrero” y respecto de las formas de lucha, sino en cómo se expresa el descontento social y en el agotamiento de cierto progresismo como garante de la reproducción capitalista en la región.
No consideramos a Milei como una continuación de la ultraderecha argentina sino como un ultracapitalista. Comenzamos a prestarle atención años atrás sobre todo en ese sentido, por su defensa apologética del capitalismo como economista liberal, y luego debido a sus críticas al progresismo de carácter reaccionario que lo asemejan bastante a otras derechas alternativas del mundo. Por lo general, vemos que no sirve demasiado comparar con el pasado al momento de tratar de comprender un fenómeno actual.
Aunque dentro de sus filas existan viejos derechistas, no es ese rasgo ideológico el que lo constituye completamente. Un elemento importante en este sentido es su vicepresidenta Victoria Villaruel, una abogada que no solo ha defendido a los milicos de la última dictadura, sino que también es de familia militar y organizaba visitas a la cárcel a genocidas presos, como por ejemplo asesinos de la talla de Videla. Ella a día de hoy niega la cifra de los 30.000 desaparecidos, algo que simbólicamente es muy fuerte.
No es que esta gente no existiera desde antes del “fenómeno Milei”, pero sí es la primera vez que llegan personajes como estos a la casa de gobierno por la vía democrática. Mientras escribimos, aún no asumieron sus funciones gubernamentales y ya se nota una distancia entre ellos. En lugar de otorgar los ministerios de seguridad y defensa a este sector promilicos de su gobierno como se supone estaba pactado, Milei acabó nombrando a los candidatos a presidenta y vicepresidente de Juntos por el Cambio en dichos ministerios. Se trata, respectivamente, de Patricia Bullrich y Luis Petri, ya estando la primera en ese cargo en el 2017, durante la presidencia de Mauricio Macri, cuando la Gendarmería Nacional asesinó al compañero anarquista Santiago Maldonado.
Por su parte, Milei es un economista de profesión, diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires desde 2021. Trabajó como asesor económico empresarial, es decir su carrera está en los negocios y no proviene de un sector militar o necesariamente derechista. Se dio a conocer en shows de TV sobre política allá por 2015, irrumpiendo con un estilo provocador y exponiendo su ideología liberal de tono conservador (paleolibertarismo). En materia económica se identifica con la “escuela austríaca”. Sus apariciones mediáticas se multiplicaban porque daban mucho rating, y empezaron a ser replicadas por youtubers e influencers afines al liberalismo y abiertamente antifeministas y reaccionarios.
Su figura política fue tomando fuerza allá por 2018-9. Su resonante oposición discursiva desde el Congreso Nacional (reforzada por su sostenida participación mediática) frente a las políticas oficialistas y contra la “casta política” (caracterización que el mismo Milei instaló en la Argentina en referencia al conjunto de funcionarios y políticos de carrera), lo fueron posicionando como referente político y potencial “presidenciable”, canalizando hacia el parlamento mucho del descontento contra los políticos y por la penosa situación social que atravesamos (pobreza, hambre y miseria).
¿Cómo logró ganar las elecciones? Canalizando ese malestar social que señalamos, ya que tanto él como su oponente, Sergio Massa, fueron votados en gran parte por desprecio al contrario, como manifestación de rechazo más que como esperanza en uno u otro gobierno. Su campaña fue realizada principalmente a través de “redes sociales” y apariciones mediáticas que por los canales tradicionales, hasta ahora, de propaganda política. No se veían muchos afiches de Mieli en la calle en comparación con la cantidad de videos que circulaban por internet.
Queremos remarcar que en Argentina parece haber un implícito pacto democrático que dice “de esto se sale votando”, entonces la bronca se manifiesta en las urnas. El fenómeno Milei se apoya en un desprecio a la política tradicional que no es cuestionada como política, en un alto grado de conformismo y confianza en la representatividad y en el “sálvese quien pueda” capitalista.
Toda la política “progre” se ha encargado de borrar la ruptura como alternativa, como posibilidad. Esta izquierda, a falta de poder llamarla más certeramente, se ha vuelto cada vez más nacionalista, estatista, gestionista, ya ni siquiera reformista, entendiendo al reformismo como una supuesta estrategia de camino hacia la revolución.
Termina el año y en Argentina nos encontramos frente a un brutal y creciente empeoramiento de las condiciones de vida, con una inflación proyectada en torno al 200% anual, la mitad de la población con ingresos de pobreza. Hay quienes se preguntan por qué es la derecha la que canaliza este malestar, nosotros nos lo preguntamos también pero eso no significa que pensemos que la rebeldía debería “volver a la izquierda”.
El orden democrático se caracteriza por depositar la responsabilidad de la situación social en los diferentes gobiernos que se alternan en el poder de acuerdo al contexto, lo que dificulta tener una visión de conjunto y una crítica que vaya más allá de los errores de tal o cual mandatario.
Al tiempo que el progresismo se espanta de las aberraciones pronunciadas por sus adversarios, las exagera con la intención de diferenciarse y perpetuarse en el poder. Más allá de lo discursivo, en la práctica no parece haber una diferenciación tan radical como se plantea allí donde diferentes expresiones de rechazo al progresismo han llegado al poder. Al menos hasta ahora es lo que demuestran los procesos en diferentes países, donde no se ha producido más que una alternancia, sin una modificación profunda de las políticas estatales o una reforma estructural del Estado y su vínculo con el mercado. Es lo que se observa, por ejemplo, en los procesos de Bolivia, EEUU, Argentina y Brasil con Morales-Áñez-Arce, Obama-Trump-Biden, Fernández de Kirchner-Macri-Fernández-Milei, Da Silva-Rousseff-Temer-Bolsonaro-Da Silva, respectivamente. El progresismo latinoamericano, por su parte, a la vez que señala el peligro derechista no ha hecho más que moderarse. Mientras que las nuevas o viejas derechas, a pesar de su agresividad, se han vuelto más “progresistas” al llegar al poder.
Por nuestra parte queremos abonar a una perspectiva anticapitalista abordando las problemáticas de la región como la pobreza, la precarización del trabajo, la inflación, la explotación de recursos naturales, la represión o esta alternancia democrática garante de la miseria y un endeble funcionamiento económico.
A pesar del triunfo electoral de La Libertad Avanza [o partido de Milei] en las elecciones presidenciales no buscamos fomentar ningún tipo de frentismo electoral en su contra, ni ser el apoyo callejero a ese frentismo politiquero.
¿En qué es Milei una continuación de las viejas tendencias de extrema derecha y en qué se diferencia? ¿Por qué ganó las elecciones?
Hacer un repaso breve sobre la situación en Argentina en los últimos 50 años es difícil pero vamos a intentarlo. Tomaremos de referencia el libro que mencionamos y una entrevista que nos hicieron hacer algunos años.
Los fines de la década del ‘60 y principios de los ‘70 es una época destacada de luchas proletarias en la región y en el mundo. Desde la década del ‘30 la política argentina se caracterizó por la alternancia entre gobiernos dictatoriales y parlamentarios. En este caso nos estamos refiriendo a la dictadura autodenominada “Revolución argentina” (1966–1973), liderada por el general Juan Carlos Onganía. Claro que hablar de dictadura militar es incompleto, y eso lo sabe cualquier latinoamericano, ya que todas estas dictaduras son cívico-militares, de todos modos creemos que se comprende qué queremos decir. Las principales jornadas de aquella época fueron los “azos”: el tucumanazo de noviembre de 1970, los rosariazos de mayo y septiembre de 1969 y el más importante, el cordobazo de mayo de 1969. Estas fueron protestas que escalaron hacia una situación de insurrección urbana, con barricadas, control de edificios y enfrentamientos en las calles, y la necesaria organización y coordinación que todo aquello precisa.
Como sucedió en muchas otras regiones, ese nivel de organización y capacidad de lucha de la clase fue cediendo paso gradualmente a sus principales debilidades: el politicismo y el luchaarmadismo que caracterizarían a la región a partir del año 1973, año de la vuelta de la democracia y del retorno del ex presidente Juan Perón. En este contexto, la lucha armada escaló así como la respuesta estatal, llegando al punto de quiebre cuando el 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas tomaron nuevamente el control del Estado bajo lo que se conoció como Proceso de Reorganización Nacional. Esta dictadura militar, suponemos es de conocimiento general, se caracterizó no sólo por sus brutales torturas y asesinatos sino también por la desaparición forzada de miles de personas, principalmente militantes, y, en muchos casos, por la apropiación de sus hijos. A su vez, muchas personas debieron optar por el exilio.
Una vez terminada la dictadura en 1983, “la vuelta a la democracia” con el gobierno de Raúl Alfonsín dio continuidad a una serie de políticas económicas y sociales que venían atacando las condiciones de vida desde los años previos al último gobierno militar. En 1989, en un contexto hiperinflacionario, se produjeron saqueos a supermercados en las principales ciudades del país y enfrentamientos con la policía. La década del 90 comenzaría con Carlos Menem como presidente y otra hiperinflación en su primer año de gobierno, que significaría un nuevo ataque brutal al proletariado y a su vez contribuiría a legitimar en buena parte de la población la necesidad de sacrificios y cambios profundos.
En este contexto se realiza una profunda reestructuración del capitalismo en Argentina, con grandes y diversas privatizaciones de empresas públicas que tuvieron como resultadoo miles de despidos y un aumento de la explotación, a la vez que el mercado de trabajo se modificaría dando lugar a una creciente precarización y haciendo a la fuerza de trabajo cada vez más heterogénea en lo que a su reproducción y condiciones de vida refiere.
Durante la década de los ‘90 fue creciendo el nivel de conflictividad en diferentes sectores de trabajadores frente al ajuste y los despidos. Mientras en la primera mitad de la década las luchas mantuvieron rasgos sindicales como las décadas pasadas, hacia la segunda mitad comenzó a tomar fuerza la figura de las personas “desocupadas”, en una situación con un alto nivel de desempleo.
Los desocupados no tienen espacio de trabajo ni medios de producción que tomar o sabotear, por eso se vuelcan a las calles y a las rutas a interrumpir la circulación de mercancías (incluyendo claro, la mercancía fuerza de trabajo). Los primeros piquetes fueron organizados fuera de partidos y sindicatos, fueron disruptivos y se plantaron firmemente contra el Estado. Más adelante, los grupos piqueteros, al igual que el conjunto de los movimientos sociales, comenzarían un proceso de creciente institucionalización y encausarían toda su perspectiva en un reclamo hacia el Estado. Sus organizaciones podrían compararse a sindicatos que, con otras complejidades, también negocian con el Estado, controlan la rabia y le ponen precio a la vida, en una dinámica de dirigentes y dirigidos. A día de hoy todo esto está fuertemente representado por un sector del peronismo encabezado por Juan Grabois y denominado como “economía popular”.
Retomando, no es hasta el 2001 que la crisis comienza a sentirse ya no solo en los desocupados sino en todo el proletariado. Esto incluye claro, a todos esos proletarios que se consideraban a sí mismos de clase media, que en mayor o menor medida se vieron también arrastrados a las calles por la dura situación. El gobierno de Fernando de la Rúa que había relevado a Menem en el poder, no pudo dar una respuesta inteligentemente burguesa a las presiones de los organismos internacionales, a la oposición peronista y a esta nueva y endeble alianza entre desempleados, trabajadores en lucha y estos sectores autoproclamados medios. Durante todo el 2001 el gobierno realizó una serie de medidas de “blindaje”, pidiendo masivos préstamos para asegurar la continuidad de la actividad bancaria. Pero esto no resultó suficiente y a principios de diciembre se promulgó una nueva ley, la del famoso “corralito”, que ponía restricciones severas al retiro de dinero de los bancos y limitaciones varias a la conversión de pesos a dólares y viceversa. Esto significó la perdida de ahorros para muchas personas. Allí se acabó la paridad un peso-un dólar, y hoy un dólar equivale a más de mil pesos argentinos.
Todas estas condiciones explotaron a mediados de diciembre de 2001. El día 19, ante la generalización de saqueos a supermercados, el gobierno terminó por decretar el Estado de sitio, militarizando todo el país y prohibiendo la congregación de personas en las calles. Es muy importante remarcar que todas las protestas se desenvolvieron en total desafío a este decreto del gobierno. La policía pudo atrapar a unos pocos pero no a miles. Hacia el final del día 20 el presidente renunció y, a pesar de la represión y el asesinato de 39 personas en todo el país, la gente no abandonó las calles.
La respuesta fue masiva, se hicieron cacerolazos a toda hora, se organizaron asambleas de vecinos en las principales ciudades del país, se realizaron escraches a bancos e instituciones estatales, y los movimientos de desocupados vieron crecer increíblemente sus organizaciones y su fuerza cortando rutas y calles en todo el país. Es en este momento, cuando se comienza a generalizar la consigna “que se vayan todos” en total repudio a los políticos de todos los colores. El “que se vayan todos” que ahora cantan los votantes de Milei se coreaba por toda la región pero en un clima de lucha y solidaridad. Cuando periodistas o miembros de partidos de izquierda, desafiando a los manifestantes, preguntaban qué pasaría cuando se hayan ido todos, la repuesta fue contundente en muchas partes: “que se sigan yendo”.
Mucha de la bronca social actual ha tomado este extraño cauce. Si la bronca del 2001 contra los políticos se caracterizó por una perspectiva difusa e irracional, pero con una impronta de rechazo al capitalismo sobre una base de solidaridad, piquetes y asambleas; buena parte del malestar actual contra la “casta política” se expresa en términos completamente capitalistas. A pesar de su ridiculez e impracticabilidad, expresiones como “dinamitar el banco central” son preferibles para el mantenimiento del orden frente al recuerdo del “que se vayan todos” de la lucha social.
En los meses siguientes del 2002 la burguesía trató de organizar su respuesta aunque de forma lenta y desordenada, haciendo pasar presidente tras presidente hasta que Eduardo Duhalde, sospechado popularmente de narcotraficante y asesino, hijo predilecto de las filas peronistas, se hizo cargo de la situación. El gobierno de Nestor Kirchner desde 2003 a 2007 puede caracterizarse como una obra maestra del populismo peronista y latinoamericano. Apoyado en un contexto extremadamente favorable por los precios internacionales de las commodities, y con los salarios completamente destruidos, el gobierno logró una estabilización económica. Por otro lado, se encargaba de hacer que todas las organizaciones sociales se posicionen a favor o en contra de su proyecto político.
Escuelas populares, espacios de base en barrios y grupos de jóvenes militantes marchaban en la fila kirchnerista, alentados por su supuesta renovación, sus estímulos económicos y por promover la imagen del “gobierno de los derechos humanos” luego de reanudar los juicios a los militares de la junta del ‘76, lo cual fue otra gran maniobra de imagen, ya que sabemos que el aparato represivo del Estado sigue y seguirá intacto. En Argentina hay desaparecidos en democracia, miles de personas asesinadas en comisarías o en casos de “gatillo fácil” y miles de presos y procesados por luchar. El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner continuó las políticas de su marido, hubo quienes se sorprendían que, por un lado, se apruebe la Ley Antiterrorista y, por el otro, el matrimonio “igualitario” entre personas del mismo sexo, pero no son medidas contradictorias. El progresismo es el progreso del Capital, por más que se lo quiera pensar como el progreso de la sociedad contra la avanzada capitalista.
Nos parece importante volver hacia el denominado neoliberalismo y la reestructuración capitalista para pensar las continuidades y discontinuidades. Las políticas llamadas neoliberales aplicadas en Argentina y otros países de Latinoamérica, no fueron posibles únicamente gracias a las últimas dictaduras cívico-militares y su feroz represión. Algunos de los rasgos de lo que mayormente se identifica como neoliberalismo –el avance de la precarización y flexibilización en el trabajo, la privatización de diversas industrias y servicios, la creciente financiarización de la economía, reducción del gasto público–, fueron consecuencia de ese capitalismo previo añorado por muchos, que en Argentina representa el peronismo, y que tuvo su correlato en diferentes regiones del mundo con el llamado Estado de bienestar. Con esto queremos señalar la continuidad, no militar, sino democrática y siempre capitalista del asunto, tal como abordamos en el libro que acabamos de publicar.
Otros aspectos importantes de estas transformaciones a nivel mundial fueron la globalización y la deslocalización de los centros productivos. El proceso mundial de reestructuración asumió diferentes características nacionales y llevó varias décadas extenderse. De manera similar a lo que ocurrió en Argentina, en muchos países aumentó considerablemente la población desempleada producto del cierre de diversas industrias y sectores cuyas tecnologías iban quedando obsoletas en términos de productividad, aumentó la precarización de enormes porciones de la población orientadas mayormente al sector servicios, a la vez que crecieron o lograron mantenerse los salarios de un número reducido de trabajadores empleados en sectores de mayor tecnificación y rentabilidad.
Distinto es el caso de aquellos países donde se relocalizaron o abrieron nuevas industrias, con mano de obra masiva y a mejor precio para la burguesía, como ocurrió en varios países asiáticos. La masa de mercancías a nivel global no ha parado de crecer, aunque no podamos decir lo mismo de la masa salarial o de los niveles de empleo, si miramos los países por separado. De este modo, el rol del Estado se ha ido transformando, generalizándose en gran parte del globo la asistencia social a los sectores desempleados o precarizados, que no tienen acceso a un salario, o bien este es absolutamente insuficiente. Hoy en Argentina no hay un desempleo masivo, sin embargo para miles y miles un empleo no es suficiente para sobrevivir.
En la actualidad, resulta llamativa la aceptación del discurso liberal en la Argentina que hasta hace menos de una década era rechazado o incluso mala palabra para la mayoría de la población. El crecimiento de la nueva derecha liberal es inseparable de los fracasos progresistas frente a las problemáticas sociales que ha enfatizado en sus discursos, en función de sus propios conjuros: inclusión social, redistribución de la riqueza, ampliación de derechos. En cambio, ha crecido la pobreza, el trabajo precario, la desigualdad y la violencia (sea represiva, criminal como la vinculada al narcotráfico, o de género).
Las medidas que comúnmente se engloban dentro del neoliberalismo se impusieron a nivel mundial con la reestructuración capitalista iniciada en la década de 1970. En Argentina, la reestructuración global tendría su manifestación particular que se condensaría en la década de 1990, con una reforma del Estado y del modo de acumulación local. Estas se dieron en el marco de un férreo disciplinamiento de mercado sobre los trabajadores, ejercido principalmente a través de la convertibilidad, la apertura comercial y las privatizaciones. Esta disciplina fue impuesta, como decíamos, luego de dos procesos hiperinflacionarios en 1989 y 1991 que destruyeron los salarios.
El modo de acumulación capitalista en Argentina se basa en la inserción en el mercado mundial a partir de la producción de commodities de bajo valor agregado (que incluye productos primarios como la soja y también sus derivados industriales como el aceite, la harina o los pellets). Si bien históricamente la Argentina ha sido un país agroexportador, durante la década de 1990 estos sectores se expandieron y modernizaron notablemente, aumentando su productividad.
Este proceso no haría sino consolidarse en la década siguiente tras la crisis de 2001 y el fin de la convertibilidad. La recuperación económica y política durante el kirchnerismo se realizó sobre la base del aparato productivo reestructurado, condiciones favorables en el mercado mundial, un relajamiento del disciplinamiento de mercado que supuso la convertibilidad y salarios reales de miseria al comienzo del proceso (que fueron creciendo progresivamente en los años posteriores, quedando una vez más por debajo del nivel del ciclo económico anterior, y bajando nuevamente a los pocos años hasta la situación actual).
Este periodo se diferenció del anterior principalmente en torno al disciplinamiento de mercado, lo que posibilitó una mayor capacidad de adaptación del gobierno a las demandas sociales y a la oscilación de los mercados internacionales, interviniendo sobre el tipo de cambio, aumentando la recaudación y el gasto público a través de las retenciones y la estatización del segmento privado del sistema de jubilaciones y pensiones. Uno de los ítems más abultados de dicho gasto público fueron los subsidios a los combustibles, la energía y el transporte, que beneficiaron tanto a usuarios particulares como a empresas. Los dueños de estas empresas dependientes de las políticas de protección estatal del mercado interno han sido denominados por Milei como empresarios prebendarios, empresaurios o empresucios.
Desde una perspectiva revolucionaria y de ruptura, criticamos toda visión industrialista o vinculada al desarrollo de las fuerzas productivas. Pero desde el punto de vista de la economía nacional y gestión del capitalismo local, es evidente en sus propios términos su endeble funcionamiento atendiendo a las repetidas recesiones, ajustes y crisis. El kirchnerismo se embanderó con una supuesta reindustrialización del país pero en verdad la matriz productiva no tuvo grandes cambios y la precarización se mantuvo, creciendo de manera considerable en la última década. La situación se ha vuelto insostenible, y los gestores del Capital solo hablan de sacrificio, más o menos gradual pero de sacrificio al fin. Este año electoral significó una gran pausa a la conflictividad social y la reflexión crítica, pero estos cambios obligan a replantear las cuestiones, y es momento de insistir con la necesidad de una ruptura.
Concretamente, y más allá de quién ganó las elecciones, podemos estar frente a una profundización en la reducción del gasto público en pos de achicar el déficit fiscal, bruscas devaluaciones del peso como ya viene ocurriendo, cambios en la política monetaria, reforma laboral y previsional, y demás políticas con un impacto inmediato de ajuste sobre el proletariado. Recordemos que los últimos periodos de cambio de gobierno han sido momentos de ajuste por excelencia.
Habrá que enfrentarlo, venga de quién venga, pero la pregunta que debe hacerse es qué nos trajo hasta acá, no perder de vista los ajustes anteriores y en curso, y no aplicar una memoria selectiva que perpetúe la lógica democrática del “mal menor”.
¿Cómo ve a Milei en relación con Jair Bolsonaro y Donald Trump?
Si algo une a estos tres personajes despreciables es un populismo no basado en los tradicionales pilares de la izquierda. A diferencia de Trump, Milei no es proteccionista sino todo lo contrario, propone “hacer grande Argentina otra vez” abriendo el país a las importaciones, liberalizando el mercado y el tipo de cambio.
El ultraliberalismo de Mieli es bastante excepcional en relación a las nuevas derechas de todo el mundo. Pero si algo los junta es su antiprogresismo reaccionario. En el caso argentino las premisas liberales se combinan con críticas reaccionarias sobre debates actuales, como la cuestión del aborto o la educación sexual. Respecto a la curiosa amalgama liberal-reaccionaria local, es difícil encontrar una coherencia que vaya más allá de un oportunismo electoralista, que se nutre de la oposición a ciertas políticas instrumentadas en las últimas décadas en la región tras el estallido social del 2001. Las cuales, por su parte, tras un periodo de estabilización y crecimiento en sus comienzos, se han mostrado impotentes (y responsables) frente a las crecientes problemáticas sociales. De este modo, todo lo que sume en ese sentido opositor es utilizado como un refuerzo cuantitativo: liberalismo, constitucionalismo, conspiracionismo, anticomunismo, anticorrupción, antipiquetes, antifeminismo.
Pero más allá de la ideología que profesa Milei, es importante pensar por qué aparece en este momento y por qué se populariza. Qué manifiesta socialmente su irrupción.
No parece ser un masivo deseo de que vuelvan los milicos, por el contrario, a quienes votan a Milei parece importarles poco y nada lo sucedido hace cincuenta años, ni mucho menos parecen ser seguidores de los economistas de la escuela austríaca. Lo que comunican en las calles o en los trabajos es que están cansados de todo. Y otra cuestión que instrumentalizan muy bien estos sectores de derecha es el pedido de “seguridad” en un contexto latinoamericano donde los robos y los asesinatos están a la orden del día. Eso no significa necesariamente pedido de mano dura, expresa un malestar explícito de una “guerra de pobres contra pobres”. Puede traducirse en mano dura pero también puede interpretarse como un instinto de autopreservación frente a la gravedad y la ausencia de otras perspectivas.
If we are looking for the ways that these political figures intersect, we do so taking into account that they are simply the latest people who aspire to manage and administer the state, each in his own particular way.
Si salimos al cruce de estos personajes lo hacemos teniendo en cuenta lo que son: ninguna otra cosa más que nuevos aspirantes a gestionar y administrar el Estado, cada uno con sus particularidades. Es importante señalar esto último cuando se conforma un frente “contra la derecha”, “contra el fascismo”. Para quienes están en una campaña electoral permanente, esto de la “amenaza fascista” es un discurso-recurso más. Nos parece importante para luego no ir detrás de movimientos que tan solo aspiran a gobernar y a administrar el Capital.
Podrá resultarle extraño a toda suerte de terraplanistas políticos, leer acerca de aquello sobre lo que se han convertido en negacionistas: sociedad de clases, explotación, condiciones materiales de existencia, revolución… En este sentido, algunos indignados con lo que señalan como derecha liberal encontrarán desagradables coincidencias con aquello que rechazan.
¿Cuáles son las probables consecuencias negativas de la victoria electoral de Milei? ¿Qué cambia exactamente?
Frente a la situación social de ajuste permanente que estamos viviendo, con una inflación y devaluación desmesuradas, precios de los alquileres incontrolables, salarios reales totalmente a la baja, alto nivel de desempleo, trabajos cada vez más precarios y crecimiento de la pobreza; las políticas económicas son presentadas como responsables y a la vez posibles salvadoras. Los referentes de La Libertad Avanza han puesto la vara bien alta, hablan de un verdadero ajuste, de reducir bruscamente el gasto público. Lo que cambia entonces es de qué manera la burguesía va a efectuar el ajuste económico que de todos modos van a realizar o profundizar, porque ya lo están realizando más allá de uno u otro gobierno.
“No hay plata” es la advertencia y amenaza del discurso de Milei antes de su asunción. Nuestra principal preocupación es en el plano económico, ya que Milei asume en un contexto crítico y con un fuerte discurso ajustador que parece tener bastante legitimidad. A su vez, ningún ajuste se realiza sin represión, y todas las fuerzas políticas que conforman el nuevo gobierno son férreos defensores de la mano dura y el respeto a las leyes. Las formas represivas más ligadas a la institucionalización de la lucha pueden funcionar hasta cierto punto, y parece abrirse paso un mayor uso del monopolio de la violencia estatal, es decir palo, bala y cárcel.
En lo que a la “batalla cultural” refiere, existe un crecimiento o envalentonamiento de sectores reaccionarios y conservadores, y se limitarán, por ejemplo, algunas políticas progresistas en materia de género, derechos humanos, medioambientales o relativas a los pueblos indígenas. En primer lugar señalamos que, a pesar de la beligerancia discursiva de los sectores neoderechistas, son bastante más moderados al llegar al poder y en lo que a políticas concretas refiere sobre estas cuestiones. Nos ha resultado llamativo, por ejemplo, ver la cantidad de deportaciones anuales considerablemente mayor durante el gobierno de Obama respecto a Trump. En segundo lugar, estos retrocesos nos invitan a repensar el enfoque legalista y el contenido de las políticas progresistas en esas materias. No solo no resuelven lo que se proponen abordar, sino que limitan las incipientes rupturas que estas luchas han planteado. El ciudadanismo ha calado hondo en los movimientos sociales y en lugar de abrazarse al estatismo es momento de cuestionarlo.
Existe un temor en muchas personas respecto al envalentonamiento y poder de acción que el nuevo gobierno puede significar para ciertos grupúsculos neonazis o similares, así como a agrupaciones evangélicas y católicas que estuvieron muy presentes en las manifestaciones contra la legalización del aborto. No vemos en Argentina que esto suponga un riesgo considerable para los sectores en lucha, no vemos un potencial enfrentamiento civil, aunque sí un crecimiento de la represión estatal de la protesta.
¿Qué fuerzas están preparadas para oponerse a Milei? ¿Cuáles son las perspectivas para la resistencia anticapitalista?
La principal oposición política es el gobierno saliente y sus votantes, el desafío para los sectores anticapitalistas estará entonces en oponerse al nuevo gobierno sin ampliar la masa de votantes del otro, sin crear esperanzas en la representación política democrática, ni en medidas económicas para un capitalismo “más humano”.
Las movilizaciones sectoriales dependerán de las medidas concretas que se vayan implementando y las organizaciones que comandan esos sectores. Desocupados por un lado, sindicatos estatales por otro, así como las diferentes áreas del sector privado. El primer límite en este sentido es la fuerte división y la conducción de las principales organizaciones de todos los sectores. Podemos apostar a movilizaciones más masivas frente a una profundización del ajuste inflacionario en curso, así como fuertes aumentos de tarifas de energía y servicios a causa de la quita de subsidios.
La protesta masiva puede desatarse por múltiples aspectos, desde cuestiones medioambientales, represivas, de género, o de ajuste económico. La cuestión es la perspectiva de esas luchas, un enfrentamiento al ajuste de la burguesía, al Estado y sus medidas, que no quede reducido al enfrentamiento contra un gobierno determinado.
Ya hemos transitado sobrados ejemplos de canalizaciones progresistas de los procesos de lucha que sabemos cómo terminan. En este sentido el ejemplo de Boric en Chile es luminoso. El presidente que aglutinó a todos los sectores antiderecha (incluso mucho del anarquismo) está imponiendo medidas brutales tanto en lo económico como en lo político y lo legal. Dándole mayor poder de fuego a los carabineros, entrando a reprimir a universidades, atacando fuertemente a las comunidades mapuche, aprobando el veto a la Ley de Usurpaciones. Y cuando todo esto sucede hay un sector del movimiento social que permanece cómplice y callado porque “podría ser peor”, “podría gobernar la derecha”. Nosotros consideramos que no importa cómo se definan políticamente los opresores y explotadores sino el rol social que cumplen y qué hacen.
Un fascismo que reduzca el Estado sería una novedad histórica, habrá que ver. De momento Milei no es fascista, es liberal y democrático, como la mayoría, sino todos, quienes gobiernan los países del continente. Un régimen de excepción, llamemosle fascista, tiene por objetivo restaurar el orden estatal y reprimir la emergencia revolucionaria, y no parece ser el caso argentino.
¿Qué estrategias son posibles en este contexto? ¿Cómo pueden personas de otros lugares apoyar a las fuerzas de resistencia anticapitalistas y antiautoritarias en el territorio dominado por el Estado argentino?
Partiendo de las luchas existentes y las transformaciones de las últimas décadas de la dinámica capitalista a nivel mundial, prestamos atención a sus manifestaciones locales y las posibilidades que estas suponen. En primer lugar, la reproducción masiva de fuerza de trabajo en condiciones de absoluta precariedad, con grandes niveles de desempleo y pobreza. Esto se evidencia como una gran dificultad para el Capital. Por lo pronto, logra sortearla a través de grandes redes de asistencialismo estatal, quebrando la autonomía que los movimientos de desocupados tuvieron durante los años ‘90 hasta principios de los 2000.
Al interior del proletariado más pauperizado se encuentra la población indígena. Gran parte de la misma habita en las conurbaciones de las grandes ciudades. De la población indígena que continúa habitando fuera de las ciudades, tanto los Mapuche en la Patagonia como en las provincias del noroeste, han emergido importantes procesos de lucha por la recuperación de tierras, en defensa de sus medios de vida y contra proyectos capitalistas. A la vez que atendemos las particularidades de estas expresiones de lucha y la diversidad cultural de nuestra clase, al momento de vincularnos y analizarlas, no perdemos de vista la contradicción esencial de la explotación del trabajo asalariado y la imposición de la propiedad privada.
Among the most impoverished part of the proletariat is the Indigenous population. A large part of this population lives in the suburban outreaches of the large cities. Of the Indigenous population that continues to live outside the cities, including the Mapuche in Patagonia and in the provinces of the northwest, important struggles have emerged for the recovery of land, the defense of their livelihoods, and against capitalist projects. While bearing in mind the particularities of these expressions of struggle and the cultural diversity of our class, at the moment of linking and analyzing them, we do not lose sight of the essential contradiction of the exploitation of wage labor and the imposition of private property.
Otro aspecto fundamental es el de las luchas de mujeres y disidencias, atendiendo en el análisis a los cambios en la división sexual en el capitalismo. Más allá de las políticas centradas en el plano de reconocimiento identitario, señalamos la imposibilidad del capitalismo por dar respuesta a muchas de las problemáticas que se han puesto manifiesto, empezando por la violencia sexista.
Desde un punto de vista reformista no es posible superar la división sexual, tan necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo. Desde una perspectiva revolucionaria, ha quedado suficientemente en claro que no es posible abolir las clases sociales sin abolir la división de género. Sobre estas cuestiones venimos escribiendo una serie de números de Cuadernos de Negación hace algunos años.
Por último, también nos solidarizamos, participamos y observamos con atención las denominadas luchas medioambientales. La economía argentina se basa fuertemente en la producción primaria, tanto agropecuaria como minera. De esta depende en gran medida la reproducción de buena parte de la fuerza de trabajo a través del Estado. Este tipo de producción no se puede relocalizar cuando es rechazada por la población. Así ocurrió con varios proyectos mineros (como en la provincia de Chubut). Existen hoy mismo resistencias a la extracción de litio en Jujuy. Frenar este tipo de avances es un fuerte golpe para el desarrollo capitalista en Argentina. Apostamos por asumir estas profundas implicancias de la lucha, en oposición a un supuesto capitalismo verde o al ecologismo ciudadanista.
En la ciudad de Rosario donde vivimos, los últimos años hemos sufrido las constantes quemas de los humedales a algunos kilómetros de distancia, que se realizan intencionalmente para la producción ganadera. Hacia fines del año pasado publicamos el libro Plomo y humo. El negocio del capital. El negocio del capital donde tratamos esta problemática y la de la violencia vinculada al narcotráfico, que ha crecido de manera sistemática la última década. Si bien existieron movilizaciones masivas respecto a las quemas, por la destrucción de los humedales y los problemas de salud aparejados, la cuestión de la violencia vinculada al delito viene siendo una cuestión difícil de abordar para los movimientos sociales. Existe un rechazo a la mano dura y la participación policial en el delito que es evidente, pero no se han constituido expresiones de lucha masivas al respecto que vayan más allá del pedido de “más seguridad”, aunque han existido algunos casos puntuales.
En resumen, nos referimos a varios planos de la lucha de clases actual, que exceden al mero ámbito de la producción y ponen en cuestionamiento la reproducción capitalista en su conjunto. La posibilidad de una ruptura revolucionaria está latente en esas luchas y expresa un camino a seguir, aunque por el momento se imponga con fuerza la pacificación democrática.
In short, we refer to various planes of the current class struggle that go beyond the sphere of production and call capitalism itself into question. The possibility of a revolutionary rupture is latent in these struggles and offers a path we can take even if for the moment democratic pacification is strongly imposed.
(Finalizamos esta entrevista el 10/12/2023, día que Javier Milei asume la presidencia, mañana se esperan anuncios de ajuste económico.)