El Mundo Secreto de Duvbo

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Una magica historia acerca de un mundo ordinariamente perfecto

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Pequeñx,

Quería escribir la historia más perfecta para ti, para que supieras lo emocionados que estamos de que te unas a nosotros. Estuve dando vueltas con un cuaderno en blanco durante semanas, tratando de encontrar la primera línea perfecta para una historia perfecta. Finalmente, como no pude encontrarla, pasé a tratar de encontrar la segunda línea perfecta. De esta manera escribi cada linea de la historia, hasta la última, sin ningún éxito. Y luego me di cuenta: había escrito una historia perfecta después de todo, pero como este no es un mundo perfecto, la historia no podía unirse a mí aquí: estaba esperando en otro universo, en el que todo es perfecto, incluso yo.

Para resolver este problema, tuve que sentarme y escribirte una historia imperfecta, para que al menos tuvieras algo que leer. Sin mas, creo que lo he conseguido. Cuando esto llegue a ti, habrá estado esperando durante años; pero de todos modos, aunque sea tarde para decir esto, ¡bienvenidx aquí!

Tuya…


I

Duvbo era una ciudad somnolienta en un mundo igual a nuestro mundo en todos los aspectos, excepto que es en este mundo en el que tienen lugar historias como esta. No estaba particularmente cerca ni lejos de ninguna otra ciudad, y aunque la gente entraba y salía a veces, la vida en Duvbo se centraba en lo que sucedia en Duvbo, que generalmente no era mucho. Los residentes no parecían pensar mucho en esto, pero si alguien les hubiera preguntado, probablemente habrían respondido que así era como lo preferían.

Si dieras un paseo por el pueblo en una tarde soleada, pasarías por vecindarios de casas modestas, con árboles que sombrean la hierba bien podada detrás de cercas blancas. Cualquiera que sea el camino que tomes, seguramente llegarias al centro de la ciudad, donde encontrarias una calle de tiendas, una calle de edificios cívicos y una plaza central donde estos caminos se cruzan. Duvbo era una ciudad lo suficientemente grande como para que un niño pequeño pudiera perderse en ella, pero no tan grande como para que no lo encontraran rapidamente y regresara a su hogar.

En esta ciudad vivían un alcalde, cuatro policías, seis bomberos, tres carteros, cuatrocientos doce trabajadores varios, algunos jubilados, y sus ciento diecinueve hijos, la mayoría de los cuales asistían a la única escuela, que contaba con nueve profesores, entre ellos una tal Sra. Darroway, que enseñaba matemáticas. Además de todos estos habitantes, había dos oficiales retirados del ejército especialmente gruñones, que no entrarán en la historia hasta más tarde, y un chico especialmente tímido y sensible, Titus, que será el héroe de este cuento.

En total, entonces, había quinientos cincuenta y siete residentes en Duvbo; deberías tratar de recordar este número, en caso de que se vuelva importante más adelante.

Comencemos con Titus: era un pequeño y despeinado muchacho, tal vez un poco más bajo que sus compañeros de clase, dado a la ensoñación y la distracción, pero no más preocupado que cualquier otro niño de su edad. No era un chico que se destacara en la multitud, pero si se observara más de cerca, se podria ver que Titus siempre está cerca del limite del grupo, mirando en una dirección mientras todos los demás miran en la otra. La verdad es que prestaba más atención a su entorno de lo que los adultos le permitian, y a veces notaba cosas que nadie más notaba.

El alcalde era un gran hombre ostentoso que hacía alarde de corbatas extravagantes y daba largos discursos sobre nada en particular, y Titus sólo lo veía en ocasiones especiales como la feria del condado o el desfile de Navidad a fines del otoño. Tampoco veía mucho a los oficiales de policía, y aunque los oficiales de policía de otras ciudades son conocidos por hacer cosas bastante horribles, estos cuatro no eran realmente unos malos tipos. Los bomberos venían a su escuela una vez al año para hacer una presentación sobre seguridad y prevención de incendios, pero hasta donde Titus podia decir, nunca hubo ningún incendio en Duvbo que pudieran apagar.

Los carteros eran más interesantes para el niño, o al menos una de ellos lo era. Todos los días, cuando regresaba de la escuela, Titus se cruzaba con ella en el camino de entrada de su casa luego de que ella apenas acabara de dejar el correo en la ranura; tan pronto como la hubiera pasado, para que ella no lo viera hacerlo, Titus subia corriendo los escalones delanteros y abria la puerta para ver qué nuevo correo había llegado. Nada llegaba, por supuesto, excepto facturas y otras cosas confusas y monótonas que hacían murmurar a sus padres; pero de todas formas, a Titus le parecia que un cartero debía traer paquetes importantes, invitaciones mágicas, cajas que se abrieran para revelar entradas ocultas a otros mundos o al menos mapas de tesoros enterrados. Así que todas las tardes, por si acaso, estaba allí, con los dedos cruzados, para revisar el correo, y todas las tardes era lo mismo: facturas y anuncios.

Como probablemente ya hayas adivinado, la Sra. Darroway era la maestra de matemáticas de Titus, y él se sentaba en sus clases muchas horas cada semana soñando despierto y contando los minutos para ir a su casa y revisar el correo. Era una mujer severa, estricta, que nunca sonreia, y siempre lo atrapaba con la cabeza en las nubes y lo castigaba frente a sus compañeros de clase. Sin embargo, la mente del chico vagaba, y él no podía evitar seguirla por esas ventanas, a través de los plácidos campos alrededor de Duvbo, sobre las colinas y hacia lejanas selvas salvajes donde mujeres y hombres con piel pintada cabalgaban peces alados por ríos negros hasta ciudades abandonadas a los pies de altas montañas… a veces cuando sonaba la campana para liberarlo, Titus casi se arrepentía de volver a su asiento, aunque sabía que era hora de correr a casa para ver si el paquete que anhelaba finalmente había llegado.

A lo largo de este cuento, a veces te preguntarás dónde estaban los padres de Titus; la respuesta es, por supuesto, que estaban allí, en algún lugar en el fondo, como lo están los padres de muchas personas en estos días. Titus no tuvo tanta suerte como para tener padres que supieran lo afortunados que eran de compartir sus vidas con él, y tuvo que resolver muchas cosas por su cuenta. Esta es la historia de cómo lo hizo, y de la gran diferencia que hizo para todos.


Semanas y semanas de tardes esperanzadoras se sumaron a meses y meses sin nada especial en el correo. A la corta edad de Titus, eso parecía un tiempo demasiado largo como para que no pasara nada especial, y entonces comenzó a temer que algo estuviera mal en el mundo; pero todos a su alrededor continuaron con su actitud de indiferencia, y con tan poco deseo visible de que Algo Especial llegara por correo o desde algun otro lugar, que algunos días Titus se preguntaba si algo estaba mal en sí mismo por el hecho de desear tal cosa. “Si hubiera sido un chico más valiente”, pensó para sí mismo en tono de acusación, “habría preguntado a la mujer del correo si los paquetes extraños de tierras exóticas no aparecían de vez en cuando en otras puertas”; pero estaba en esa edad cuando los chicos se vuelven demasiado tímidos como para andar preguntando tales cosas en voz alta, incluso si una parte de ellos todavía grita la pregunta en silencio.

Titus no debería haber sido tan rápido en criticarse a sí mismo, porque resultaría que llegado el momento justo demostraría gran valentía e iniciativa. Pero aún no tenía forma de saberlo y se consideraba un poco cobarde, esperando la oportunidad de demostrar su valor con la misma impaciencia con la que esperaba la llegada de algo mágico en el correo.

Esta impaciencia lo llevó a hacer algo que los padres les dicen a sus hijos que “Nunca hagan bajo ninguna circunstancia”, el tipo de cosas que ciertamente no quieren que los niños pequeños hagan en los cuentos que sus hijos leen, así que si has llegado hasta aquí, puedes considerarte afortunado. Harto de una vida en la que nunca nada sucedia, Titus empezó a permanecer despierto en secreto hasta que todos los demás en la casa se durmieran, y entonces -y esta es la parte realmente controvertida- salía a hurtadillas de la casa para dar paseos en la hora de las brujas. Cada noche esperaba hasta que escuchaba el bajo estruendo de los ronquidos de su padre, luego el más silencioso silbido de aire entre los labios de su madre dormida, y, después de contar sin aliento hasta cien, sostenía la almohada sobre el pestillo de la ventana para amortiguar el sonido al abrirla. Luego abría la ventana lo suficiente como para sacar el cuerpo y bajaba con cuidado los pocos metros que lo separaban del suelo, temblando por la emoción de hacer algo tan terrible y prohibido. Algunas noches pisaba una ramita al llegar al suelo y se congelaba aterrorizado durante minutos hasta que estaba seguro de no haber despertado a sus padres.

En las primeras salidas, Titus no se alejaba mucho de la casa - bastaba con pararse en la tenue luz de la calle en el patio delantero, mirando las formas oscuras de los árboles que se asomaban por encima y saboreando el aire frío en su cara. Después de una semana de esto, sin embargo, había reunido el valor suficiente para una corta expedición por la calle, y luego otra. El mundo entero se veía tan diferente por la noche - todo lo que le era familiar a la luz del día se convirtió, a la luz de las estrellas y el vacío de Duvbo dormido, en algo espeluznante y casi mágico. Entrecerrando los ojos ante las siluetas de los carteles de las calles que habían quedado en blanco por la oscuridad, casi tragado por el silencio en el que retumbaban sus pasos, Titus se sentía como el último ser humano en la tierra. O el primero.

Los padres y otros adultos olvidan esto con el paso de los años, pero tú lo sabes bien, estoy seguro: la vida de los niños se electrifica con aventuras secretas como ésta. Ya Titus soñaba despierto menos con el correo de la tarde y más con lo que haría por la noche mientras la ciudad dormía; y cada día en clase una taciturna y cansada señora Darroway le sacaba de sus ensueños con una palabra aguda o un golpe en la muñeca.


Una noche, sonrojado por la creciente confianza ganada durante semanas de expediciones, Titus cruzó una línea. Esta vez, cuando llegó al borde del barrio que conocía, no dio marcha atrás, sino que hizo una pausa y luego, reuniendo todas la bravuconeria de niño pequeño, caminó hacia adelante, hacia una calle que no podía reconocer en la oscuridad. Al principio cada paso era un terror: ponía los pies en el suelo como si el pavimento fuera a ceder bajo ellos, o como si toda la ciudad fuera a transformarse de repente en una jungla espesa e intransitable. A medida que los pasos sucesivos revelaron que estos temores eran infundados, se sacudía, intentaba relajarse un poco y volvía a su ritmo habitual. Era un poco como caminar con los ojos cerrados, lo cual, si nunca lo has hecho, deberías intentarlo alguna vez: esperaba el desastre en cualquier momento, y se estremecía a veces a pesar de sí mismo, pero el desastre no llegó, y cuando no lo pensaba demasiado, todo era tan simple como mantenerse en movimiento.

Pronto, comenzó a sentirse libre y seguro de sí mismo de una manera que no había sentido antes en los pocos años de su joven vida. Aquí estaba, en un país de hadas que nadie más había visto, navegando con la intrepidez y la delicadeza de un verdadero explorador; ¡si esos civiles dormidos lo supieran! Dobló las esquinas y se puso en marcha por nuevos caminos como un capitán pirata que se pavonea en la playa de una isla recién descubierta. Finalmente, decidió que era hora de volver a su cama.

Y luego, con un temor tan profundo como su euforia, se dio cuenta de que estaba perdido. No había seguido cada curva como debería, y en la penumbra de las farolas, todos los puntos de referencia que había elegido al azar parecían iguales. Tomó un camino de aspecto familiar, pero este no le condujo a ningún otro que recordara; dio la vuelta e intentó otro, sólo para tener una segunda opcion y, al tratar de volver sobre sus pasos, perdió completamente el rastro de su camino.

Si miraramos desde arriba, por así decirlo, podriamos ver que Tito no se había alejado más que unas pocas calles de su vecindario; pero desde donde él estaba, en la neblina de la noche sin luna, parecía que su hogar estaba a mil millas de distancia. Quería sentarse y llorar, pero sabía que estaba en un problema tan profundo que no podía permitirse perder un momento. Valientemente, siguió caminando, más y más profundo en el laberinto de su propia confusión, esperando ahora contra toda esperanza que pudiera tropezar con algo que pudiera reconocer- Duvbo no era una ciudad tan grande, después de todo. Sin embargo, nada de eso apareció, durante lo que parecieron horas y horas y millas y millas. Y cuando estaba en las etapas finales del pánico se sorprendió por algo totalmente extraordinario e inesperado.

Al final de la calle que pasaba a su izquierda, distinguió un resplandor claramente diferente de la luz que proyectaban las farolas dispersas. Brillaba, rojo y dorado, y parpadeaba como si se moviera. Esto fue algo tan salvaje que por un momento el pequeño Titus olvidó por completo su situación: tenía que ver qué era, cualesquiera que fuesen las consecuencias. Toda una vida de fantasía privada lo había preparado para este momento, y aunque su imaginación conjuraba pesadillas y maravillas acerca de esa luz que tenía delante, se dio la vuelta y se arrastró por la acera hacia ella.

A medida que avanzaba, la calle se ensanchaba y vio que había un espacio abierto delante de él, en el que podía distinguir las siluetas de los árboles arriba y la textura de la hierba abajo. También distinguió algo más: figuras, girando y girando alrededor de un gran fuego. La luz feroz estiraba sus formas y magnificaba sus proporciones, haciéndolas parecer irreales y enormes. Esto estaba más allá de lo ordinario, estaba más allá de lo creíble, y Titus se debatia internamente ante la conmoción y la maravilla de ver con sus propios ojos, en el monótono Duvbo, una escena similar a la que sólo había imaginado débilmente en su mente. Se quedó paralizado, mareado, dividido entre correr hacia delante y huir, pero era una elección que no tenía que hacer.

En el instante siguiente, la gran hoguera se apagó con un ruido de chispas, y las figuras desaparecieron en todas las direcciones, fundiéndose en la oscuridad. Titus saltó a los arbustos detrás de él, pero fue innecesario -nadie reapareció, y pronto la quietud se asentó y retomó su aire de permanencia. Algo más ocurrió luego: Titus percibió los primeros destellos de rosa en el cielo, el sol se preparaba para salir.

A medida que la oscuridad aclaraba , la calle se hizo visible, y Titus se dio cuenta de repente de dónde estaba: ¡era la plaza central de Duvbo! Podía volver a casa desde aquí, si seguía la calle pasando la estación de bomberos. No había ninguna señal del fuego o de los bailarines salvajes, y se escabulló con cuidado de su escondite, atravesó la fresca hierba, el rocío de la mañana mojando sus zapatos, para volver a casa.

Se apresuró por los vecindarios que una vez más adquirieron un carácter completamente diferente, la primera luz rosada cayó sobre techos y setos a medida que los sueños de las familias dormidas llegaban a su fin. Estaba agotado y sin aliento, pero aún temblando de adrenalina y asombro por su descubrimiento, cuando volvió a entrar por la ventana de su habitación y la cerró detrás de él, casi demasiado distraído como para amortiguar el sonido del pestillo. Unos minutos más tarde, mientras yacía en la cama, con el corazón acelerado, intentando fingir que dormía, su madre entró a despertarlo para ir a la escuela. Fue tan sorprendente para él como a pesar de todo lo sucedido esa noche ella no notó nada inusual.


Titus pasó el día siguiente en una confusa combinación de agotamiento y regocijo. Era imposible pensar en otra cosa que no fuera lo que había visto, lo que podría haber sido, lo que debía hacer la noche siguiente; y al mismo tiempo su cerebro estaba tan nublado, sus párpados tan pesados, su cuerpo tan desgastado que eso era todo lo que podía hacer para mantenerse despierto en clase. La Sra. Darroway parecía particularmente malhumorada y cansada, y enseguida reprimia a Titus cuando notaba que su cabeza caia hacia un lado. El pobre niño se pellizcaba y pateaba sus pies uno contra el otro, tratando de mantener al menos una minima atención, pero con su mente arremolinándose con bailarines derviches y la falta de sueño no pudo hacer mucho. Finalmente, después de quinientos años de matemáticas y duras amonestaciones amontonadas en cincuenta y cinco minutos, la clase había terminado.

No había nada especial en el correo, por supuesto, por lo que Titus se dedicó a la tarea de matar las horas hasta que sus padres estuvieran dormidos. ¿Qué era lo que había presenciado esa noche? se preguntó. ¿Las brujas habian visitado Duvbo? ¿Fue perseguido por fantasmas? ¿Había casi interrumpido una reunión de bandidos? ¿Existian todavia bandidos, o brujas, o fantasmas en algún lugar en esta época? La única conclusión a la que llegó una y otra vez fue que, fuera cual fuese el peligro y por grandes que fueran sus temores, tenía que ir a investigar una vez mas esa noche.

Pero cuando el momento llego, y su madre apagó la luz de su habitación, Titus se sumergió instantáneamente en el sueño, mucho antes de que sus padres se retiraran a su habitación. Estaba demasiado cansado para permanecer despierto por más tiempo…


La noche siguiente, por supuesto, estaba muy despierto y electrizado con anticipación. Después de escuchar el primer silbido del aliento de su madre dormida, apenas pudo contenerse mientras contaba, lo más rápido posible, hasta cien. En el último número se puso de pie, abrió el pestillo de la ventana sin apenas silenciarlo y bajo hasta el suelo, que había limpiado cuidadosamente de ramas esa tarde.

Una vez en la calle, el miedo volvio hacia él. ¿Qué pasaría si eso (quien quiera que sea o lo que sea) lo atrapaba? ¿Qué pasaría si no fueran seres amigables? Ciertamente eran de otro mundo, al menos de otro mundo que no era Duvbo. No podía saber qué esperar de ellos, no podía ni siquiera imaginarlo. Pero no había manera de evitarlo: tendría que ser cuidadoso y averiguar lo que pudiera. Se envolvió la bufanda en la boca y la nariz como una máscara improvisada, más como un amuleto contra sus propios miedos que otra cosa, y se puso en marcha.

Había trazado cuidadosamente la ruta desde su casa hasta la plaza central esa tarde, por lo que no había posibilidad de que se perdiera de nuevo; de todas formas, era un paseo muy diferente en la oscuridad. La incertidumbre de lo que le esperaba, junto con la oscuridad de las calles que le rodeaban, hacía que la caminata fuera realmente temible. Si hubiera sido más grande y un poco más “maduro”, como dicen los adultos, podría haber razonado por sí mismo, o al menos haber esperado a volver con los reporteros y un equipo de cámaras; pero era joven, e inocentemente impetuoso, y listo para la magia.

Y la magia lo estaba esperando. Cuando estaba cerca de la plaza central, volvió a ver una luz en el centro, bajo los árboles. Era menos brillante, y parpadeaba menos salvajemente; pronto vio que las figuras a su alrededor no estaban bailando ahora, sino sentadas en un gran círculo . En el centro,cerca de la hoguera, una figura imponente estaba de pie, moviendo sus brazos en amplios y poderosos gestos. Todas estaban de espaldas a él, así que Titus pudo acercarse un poco mas.

La figura en pie estaba envuelta en una piel de oso, el pelaje colgaba en tiras alrededor de sus brazos, la sombra de las mandíbulas abiertas oscurecia su rostro. Y ella hablaba: cuando Titus escuchó sus palabras, la reconoció como una voz de mujer, una que le sonaba casi familiar, y que al mismo tiempo no se parecía a nada de lo que había escuchado antes. Su tono era tan claro y fuerte que atravesaba la plaza y resonaba en su pecho, pero tenía una suavidad y una calidez que sólo profundizaba la impresión de su fuerza. La historia que ella contaba era parecida a las que Titus inventaba en la clase de matemáticas, pero con detalles aún más imaginativos y escenarios mas fantásticos que los suyos: los hombres tatuaban mapas a misteriosos portales en la piel de sus hijos, las mujeres viajaban por corrientes subterráneas al espacio interior en el núcleo de la tierra, volaban allí en la gravedad cero hacia una luna oculta que flotaba en su interior. Titus escucho, y de pronto, se puso en trance y se acercó sigilosamente, a pesar de sí mismo.

La oradora concluyó su relato con una línea de poesía espeluznante, y luego se giró bruscamente en dirección a Titus: “Y ahora”, pronunció, “es hora de que escuchemos la historia de nuestro nuevo invitado”.

Titus se puso de pie y tropezó hacia atrás, pero antes de que pudiera llegar más lejos un par de manos lo agarraron de ambos lados y lo llevaron al centro del círculo. El pequeño Titus estaba de pie ante el gran fuego, rodeado de formas oscuras con trajes extraños, y se congeló como un animal bajo un reflector. Impulsivamente, se apretó el pañuelo alrededor de la cara, pero no se pudo evadir: estaba atrapado. “Adelante”, le instó otra figura, en un tono de voz que no pudo descifrar: “cuentanos tu historia”.

Titus abrió la boca y empezó a hablar: al principio con dificultad, pero luego, al descubrir una voz propia que nunca había tenido, contó, con creciente confianza, una de sus propias historias de sueños. Narraba por su querida vida, añadiendo inteligentes digresiones y extravagantes descripciones, con la esperanza de que el círculo de sombras no se sintiera decepcionado y lo despellejara o quemara vivo.

Al final de su historia, hubo un silencio. Miró, temeroso, alrededor del círculo, pero no pudo ver los ojos de los que le miraban, no pudo imaginar lo que sucedería a continuación, y entonces, de repente, estalló de todas las manos un gran aplauso, y de todas las gargantas una gran ovación, y en el instante siguiente, como había sucedido dos noches antes, el fuego se apagó en una explosión de chispas y todas las figuras desaparecieron abruptamente en la oscuridad.


Al día siguiente Titus estaba tan agotado como dos días antes, e igualmente perplejo y excitado. Se sentó en la clase de matemáticas, con los ojos apuntando a la pizarra pero desenfocados, y reflexionó sobre su descubrimiento. Había descubierto un fabuloso misterio, un lado secreto de Duvbo que nadie conocía excepto él mismo; era asombroso que seres tan exóticos se reunieran en el corazón de un lugar tan ordinario y hasta aburrido. ¿De dónde venían? ¿Qué los atrajo hasta aquí? Tuvo la extraña sensación de que las piezas del rompecabezas estaban justo delante de él, pero no podia juntarlas. Resolvió, con su cabeza nublada por el cansancio, dejarse llevar por el descanso esa noche, para estar en condiciones de investigar más a fondo la noche siguiente. En ese momento, la señora Darroway le arrancó de su ensueño con un grito. Ella paarecía tan cansada como él.


La noche siguiente,Titus estaba allí de nuevo, abriéndose paso hacia la plaza principal en medio de la noche, con una bufanda alrededor de su cara y el corazón latiendo en su pecho. Pero esta vez todo era diferente: ahora no había fuego central, sino que el área estaba iluminada por antorchas en los árboles; algunos de los seres tocaban instrumentos: melodiosas flautas, tambores estruendosos y extraños instrumentos de cuerda acariciados con arcos de dos puntas; mientras que los otros giraban y saltaban vistiendo trajes escarlata y elaborados velos y elegantes capas negras. Era un baile de máscaras.

Todavía temeroso, Titus se detuvo al borde de la luz de la antorcha, pero uno de los bailarines lo vio y, al pasar, le cogió la mano y lo arrastró al circulo Nunca antes había bailado así. Ahora estaban todos unidos en círculos concéntricos. Avanzaban rapidamente sobre el suelo, con los pies apenas rozándolo, sujetandose las manos los unos a los otros para no salir volando hacia el espacio, el impulso agrandaba el circulo mientras giraban más y más rápido. En el centro de la acción, Titus divisó a la imponente mujer de su anterior visita: la piel de oso había desaparecido, reemplazada por un envoltorio de docenas de pañuelos multicolores, pero claramente era ella. No se cogió de la mano de nadie, sino que hacia su propia danza, moviendo sus piernas por encima de todas las cabezas y balanceando sus brazos como las alas de un feroz pájaro de presa; los pañuelos seguian sus movimentos trazando un velo de luz detrás de ella en cámara lenta, siguiendo como una bailarina de sombras sus pasos.

De un instante al otro, el baile cambió, y cada participante tomó una pareja. Titus fue escogido por una joven con la cara pintada, que lo levantó en el aire por encima de ella; entonces la música se detuvo un instante, y los compañeros cambiaron nuevamente. Ahora Titus pasó a un hombre increiblemente alto y de piernas largas -en verdad estaba usando zancos!- y luego, en otra pausa repentina, paso a otro compañero y despues a otro. La canción se hizo más ruidosa, más rápida, más fuerte e irresistible; parecía emanar de su propio corazón palpitante.

De repente, Titus estaba del brazo con la mujer de los pañuelos. El resto del mundo parecía alejarse a una gran distancia, e incluso la música ensordecedora se hizo remota, manifestándose en cambio como el inexorable ritmo de sus cuerpos. Ella estaba claramente poseída por una fuerza sobrehumana, y como su compañera, se la transmitia: Titus descubrió que podía saltar en el aire, girar en círculos, perderse en el movimiento de una manera que nunca antes había hecho. Los músicos tocaron una nota alta y prolongada que hizo que el mundo volviera a su centro de atención por un segundo mientras Titus giraba para enfrentarse a su pareja, y luego volvieron a cortar todo el sonido con una pausa de un segundo: y en ese instante, al mirar a la mujer a los ojos, reconoció exactamente quién era: la Sra. Darroway.

Entonces otra bailarina lo agarró y la señora desapareció detrás de él en la multitud antes de que pudiera reaccionar. Ahora, mirando a su alrededor, vio a otros que podía reconocer a la luz de las antorchas, a pesar de sus disfraces: allí encima de los zancos estaba el bombero que hacía las presentaciones anuales de seguridad contra incendios, y allí detrás de un velo estaba un estudiante mayor de la escuela, y allí… ¡incluso estaba la mujer que traía el correo a su puerta cada tarde! Esto era mucho más extraño de lo que cualquier extraño carnaval podría haber sido. Y una vez más, en el instante en que Titus formaba ese pensamiento, todas las antorchas bajaron, la plaza se sumió en la oscuridad, y se encontró absolutamente solo en la hora anterior al amanecer.


El día siguiente era sábado, así que Titus durmió hasta muy tarde. Sus padres no se dieron cuenta; salieron temprano para hacer algo, y cuando él se despertó, con los músculos doloridos, los pies un poco lastimados por el baile y la cabeza todavía mareada por una semana de poco sueño, se encontró solo en la casa. Se vistió lentamente y luego salió al porche de su casa.

Era casi mediodía. Duvbo se veía exactamente igual que todos los sábados por la mañana desde que Titus tenía memoria, pero esta vez la veía con otros ojos. Cuando los viejos pasaban paseando a sus perros, o las madres con sus hijos, se preguntaba cuáles habían estado con él en el baile la noche anterior, cuáles compartían el secreto que ahora él también poseía. Cada transeúnte era un potencial conspirador, un posible bailarin nocturno o un cuentacuentos; era como si hubiera puertas esperando en cada esquina y bajo cada arbusto, que le llevaran fuera de la realidad tal y como la conocía. El mundo de Titus, que una vez no fue más grande que la pequeña ciudad en que vivia, ahora se expandía a su alrededor en todas las direcciones.

Cuando llego el lunes y Titus se encontró nuevamente en la clase de matemáticas, se concentró por primera vez en prestar atención y fijó sus ojos en los de la señora Darroway. Eran, en efecto, los ojos de la mujer que había contado esa deslumbrante historia y bailado ese magnífico baile, aunque aquí estaban algo cansados y distantes. Él le guiñó un ojo, pues era su descision hacer lo mismo con todos los que creia haber visto en la noche, para sentirse parte de ese secreto compartido. La señora no dio ninguna indicación de que había notado algo: o no lo había reconocido, o este era un secreto que no debía ser mencionado fuera de las reuniones. Titus se sentía cómodo con eso. La vería a ella y a sus compañeros en otras aventuras más tarde esa noche en la plaza, después de que todos los demás estuvieran dormidos.


II.

Los meses pasaron. A través de un extraño proceso de atracción, un magnetismo invisible, o tal vez simplemente como el resultado inevitable de vivir en un pueblo en el que nunca pasó nada, cada semana aparecian unos cuantos vagabundos más a las reuniones secretas. Todos estaban absolutamente asombrados al descubrir que no eran los únicos que habían albergado anhelos de que Algo sucediera, que sus compañeros soñadores habían acechado en las filas de los ciudadanos educados y comedidos que los rodeaban.

Las asambleas nocturnas eran todo lo que estos inconfesables forasteros habían soñado, y más: eran lo opuesto a la vida en Duvbo: reuniones de brujas en las que todo lo salvaje y bello, todo impulso sofocado por el decoro en la vida diaria de la ciudad, se daba rienda suelta en una sinfonía de creatividad y abandono. Los conspiradores hacían malabares, caminaban y tragaban fuego, levantaban escenarios fantásticos y realizaban espectáculos de marionetas de tamaño natural, andaban desnudos pero con sus máscaras a la luz de la luna sobre la hierba y componían sus propias constelaciones a partir de las estrellas del cielo. Vivían para esas horas, contaban los minutos a través de mañanas cansadoras y tardes tediosas y noches sin nada para hacer hasta las noches en las que podían dar expresión a su yo secreto, cuando volvían a ser espíritus poseídos. Como el pequeño Titus había descubierto desde el principio, nadie hablaba en voz alta de las reuniones, o aludía a ellas con algun gesto o signo.

Y de esta manera finalmente algo más estaba sucediendo, en un pueblo donde nadie recordaba haber visto ningún cambio nunca. Era una cosa muy ligera, algo que un forastero se habría perdido por completo y que los residentes no notaron porque aparecía demasiado gradualmente, pero de todos modos, era cierto: un aire de misterio flotaba ahora en las calles, y por muy plácido y simple que todo apareciera en Duvbo, siempre había algo bajo la superficie. Y esto no era todo: todas esas noches de insomnio habían empezado a aparecer en ciertas caras. En cada oficina y aula, en el supermercado, en la sinagoga, en los bomberos y en la oficina de correos, el observador atento podía distinguir las ojeras, los párpados caídos, la somnolencia de los cuerpos que no habían descansado lo suficiente. Nada de esto había aparecido antes en Duvbo, tampoco, y por lo tanto ningún ciudadano podía aún articular una pregunta sobre ello a sí mismo, y mucho menos en voz alta; pero la escena estaba preparada.

Tan inteligente como eres, probablemente hayas adivinado que una tensión como esta no podía permanecer sin resolverse para siempre. Pero aún no había nada que encendiera la mecha; así que las cosas continuaron así durante unos meses más, y durante todo ese tiempo, cada semana aparecia más gente en las reuniones nocturnas.


El verano llegó y se fue; entonces vino Halloween. Para entonces, parecía que casi toda la población de Duvbo se reunía en la plaza central a medianoche. Esa noche, después de una cena temprana, los padres vistieron a sus hijos con trajes modelados según las personalidades de la televisión -Titus era un personaje de dibujos animados de un programa matutino de los sábados, por insistencia de su madre- y los pasearon pulcramente por la manzana, recogiendo pequeños dulces de las cestas que cada hogar había proporcionado obedientemente. Luego los adultos llevaron rápidamente a sus hijos a casa, les quitaron los dulces para racionarlos durante las siguientes semanas, y se pusieron a trabajar en el asunto de poner a los niños a dormir y luego ir ellos mismos a la cama. Tan pronto como cada uno estaba seguro de que los demás estaban dormidos, se abríeron las ventanas, y los padres, hijas, madres e hijos se escabullíeron en la noche para reunirse, disfrazados, en la plaza del pueblo.

Allí se desarrolló el carnaval más salvaje y encantado que jamas alla habido en Duvbo. Demonios de piel roja, colas balanceándose, músculos flexionandose, moviendose atravez de las patas de grandes dragones y caballos de Troya abarrotados de soldados griegos; zombis, vampiros y esqueletos bailaban a ritmos que fantasmas hacian con huesos; las águilas volaban por encima. Era como si la tierra misma se hubiera abierto y revelado un reino de hadas dentro; La multitud se extendía en todas las direcciones hasta donde alcanzaba la vista a través de la oscuridad salpicada de antorchas. Aunque había tanta gente que parecía que prácticamente toda la población estaba presente, cada individuo todavía sentía que él o ella estaba realizando algo que Duvbo nunca podría tolerar.

De hecho, si un observador externo hubiera estado allí para presenciar las payasadas de esa noche y hubiera contado cuidadosamente a todas las personas de la multitud, el total habría sido exactamente quinientos cincuenta y cinco. Quién estaba allí y quién no estaba allí era algo que estaba a punto de volverse muy significativo, aunque solo dos personas estaban al tanto de lo que sucederia luego, y a su vez ellos eran los que menos sabían de lo que estaba sucediendo esa noche.


Al día siguiente Titus, como todos los demás, estaba exhausto más allá de las palabras. En todas las clases todos los cuerpos, tanto de estudiantes como de profesores, se hundian. La Sra. Darroway se puso a hablar con desgana durante su clase, sin molestarse en regañar a los estudiantes cuyas cabezas se inclinaban sobre sus hombros y pechos. Después de la escuela, el chico prácticamente se arrastro hasta su casa, para descubrir que algo nuevo e inesperado había, una vez más, ocurrido.

En estos días, Titus sólo revisaba el correo por costumbre, como un reflejo de fidelidad a una rutina que ya no consideraba con un serio optimismo – de todos modos, sus anhelos de aventura y escape eran satisfechos por las actividades nocturnas. Pero allí, recién dejada por la cansada mujer del correo, había una carta como ninguna otra que había llegado a su puerta antes. Por lo que Titus podia ver no era una factura, y tampoco era un anuncio. Era una hoja de papel grueso, doblada por la mitad y cerrada con cinta adhesiva, con letras ominosas en la parte delantera que decían simplemente CIUDADANOS DE DUVBO. En un instante Titus se despertó de nuevo, casi rebosante de curiosidad. Esta era la primera cosa inesperada que sucedia durante las horas del día. ¿Podría ser que el mundo secreto estuviera a punto de saltarse los horarios del reloj y transformarse en algo cotidiano? A pesar de su curiosidad, sabía que las reglas del dia seguían vigentes, y le dictaban que esperara a averiguar cuál sería el mensaje hasta que sus padres llegaran a casa y lo abrieran ellos mismos.

El tiempo que paso hasta que su madre y su padre llegaran del trabajo parecío una eternidad, y entonces Titus tuvo que esperar durante toda la silenciosa rutina de la cena. Finalmente, cuando el chico estaba al límite de su ingenio, su padre sacó el correo para pasar por el aburrido proceso diario de pagar las facturas y equilibrar las cuentas. Trataba cada factura con detenimiento, leyendo dos veces cada una y examinando toda la letra pequeña con una lupa para asegurarse de no perderse nada, tomando notas en un cuaderno. Y finalmente, el hombre llego a la carta esperada por el niño. Titus contuvo la respiración. “Oh, ábrelo tú, cariño”, suspiró su padre, pasándoselo a la mujer: “No es nada importante”.

Ella agarro el sobre, y lo miró durante algún tiempo, hasta que Titus no pudo contenerse más. “¿Qué dice, mamá?” se aventuró, tratando de parecer indiferente.

“Es una especie de aviso público, creo”, dijo su desconcertada madre. “Solicita la asistencia a una reunión esta noche de ‘Todos los ciudadanos preocupados de Duvbo’, en el edificio del ayuntamiento. No dice mucho más que eso”.

Su padre se quejaba de que siempre tenía que ir a las reuniones y de que lo último que necesitaba era otra, pero pensó que era mejor que fueran de todos modos, ya que no puedes arriesgarte a quedar mal a los ojos de la comunidad, y de todos modos, era algo importante, ¿no? “¿Puedo ir yo también?” preguntó Titus, con su voz más cortés.

“No creo que este sea el tipo de cosas para jóvenes como tú”, respondió definitivamente su padre, y ese fue el final del asunto. Pero , como buen merodeador que era a estas alturas, Titus se escabulló y siguió a sus padres a una distancia prudente cuando salieron una hora más tarde para asistir a la reunión.


El edificio del ayuntamiento era uno de los más antiguos de Duvbo, y por lo tanto, agrio y aburrido, como un viejo amargado que se aferra demasiado a la tradición. Dentro, los adultos se sentaban rígidamente en filas de sillas incómodas, con la espalda recta y dolorida, las manos dobladas en sus regazos, de la misma manera que quince años de escuela les había enseñado a cada uno de ellos cuando eran más jóvenes. Prácticamente todas las personas adultas del pueblo estaban allí: los bomberos estaban sentados cerca del frente, la mujer del correo justo detrás de ellos, y en el centro estaban los nueve profesores, incluyendo a la Sra. Darroway- melancolica como cuando estaba en clase, y todavía con el mismo vestido gris. Había un silencio seco e incómodo en la sala, roto ocasionalmente por el silbido de un susurro nervioso, o el chirrido de una silla en movimiento cuando un hombre avergonzado llegaba tarde. Escondido en un arbusto para evitar ser detectado, Titus miraba por una ventana desde afuera.

A las ocho en punto, dos severos y sombríos hombres de mediana edad se levantaron de sus sillas y avanzaron hacia el podio en el frente de la sala. Uno de ellos ocupó su lugar mientras el otro se mantuvo detrás de él, lanzando miradas amenazantes y críticas a la audiencia.

“Ha llegado a nuestra atención”, comenzó el primero de los dos oficiales retirados del ejército, (ya que eso era lo que estos hombres eran, como recordaras de el principio de la historia), “de ciertas fuentes que no necesitamos divulgar, que Duvbo se ha convertido en una ciudad caída, una guarida de iniquidad, un lugar del que el mal se ha apoderado. Los hemos convocado a esta reunión porque, como bien saben, es su deber como Ciudadanos Responsables arrancar todas las manchas y los defectos, todos los Comportamientos Inaceptables, del precioso suelo de nuestra comunidad, y se deben tomar medidas inmediatamente para hacerlo antes de que nuestra querida herencia de Honor y Moralidad se pierda para siempre.”

El segundo hombre subió al podio y reemplazó al primero al tiempo que este a su vez asumió su papel de observador del público. “En nuestros días en el Servicio, trabajamos como buenos ciudadanos, así que creo que todos estarán de acuerdo cuando diga que somos los hombres adecuados para la tarea de limpiar Duvbo. Lo que deben hacer es informarnos de cualquier inconsistencia, cualquier desviación que conozcan, comenzando esta noche, en este momento. Bien, entonces, ¿quién es el primero?”… y se unió al otro hombre para observar a la audiencia.

Titus estiró el cuello para ver las caras de los adultos por toda la habitación. Todos echaban miradas furtivas, con la culpa escrita en sus caras, cada uno preguntándose en voz alta quiénes eran los malhechores, pero secretamente encogiendose de hombros para no descubrir su propia culpabilidad. Meses de vivir en secreto les habían hecho sentir que tenían algo que ocultar, y ahora que se había planteado la cuestión del mal, esos sentimientos salieron a la superficie. Cada ciudadano sentía que los oficiales debían estar hablando de él, y miraba a su alrededor para ver qué podía esperar de los otros si confesaba. ¿En quién se puede confiar aquí? ¿Quién era parte del secreto, y quién era un espía esperando para denunciarlos? ¿Se podía confiar en los conspiradores, ahora que la presión estaba sobre ellos? Nadie había necesitado considerar tales preguntas antes. Los oficiales podrían haberse referido a un chico que había copiado los deberes de su amigo o a un conductor que se había saltado un semaforo en rojo; pero la recepción de sus afirmaciones habia sido tan sospechosa que ahora no había vuelta atrás. Nadie habló, ni siquiera se atrevió a toser; la tensión se hizo insoportable. Finalmente, el alcalde se adelantó vacilante.

“Buenos hombres”, comenzó, con deferencia, “por supuesto que todos nos sentimos muy honrados y afortunados de tenerlos a nuestra disposición para exponer y eliminar este contagio de entre nosotros”. Propongo que cada ciudadano vaya a casa para hacer un informe completo de todas las actividades sospechosas y de comportamiento criminal de que fuera consciente, así cuando nos volvamos a reunir en una semana para abordar este asunto, tendremos algún material de referencia en la persecución de este asunto. “ Se enderezó la corbata, dos veces, e intentó componer su rostro en una expresión mas agradable mientras mantenía la dignidad que corresponde a un dignatario.

“Muy bien entonces”, gruñó el segundo oficial del ejército, con una mirada que parecia decir: Considérense afortunados, “nos encontraremos de nuevo en una semana, y será mejor que tengan alguna evidencia para entonces de lo que está pasando y de quiénes son los culpables.” dijo en un tono concluyente que hizo que la piel de Titus se estremeciera, “en la guerra de Dios contra el Diablo, del bien contra el mal, de la tradición contra la corrupción, o sois uno de nosotros, o estáis contra nosotros. No hay un término medio. Nos vemos en una semana, con sus informes, y que Dios los bendiga a todos. Oh, y a los policías…” -dijo, señalándolos- “mantengan sus ojos especialmente abiertos esta semana. Se supone que este es su departamento”. Se giró y, con su compañero ex-oficial detrás, salió golpeando la puerta.


Cada ciudadano de Duvbo se despertó al día siguiente sintiéndose cazado, culpable. Los hábitos de ocultación, el agotamiento que acompañaba a esas dobles vidas, ahora se sentían como acusaciones corporales. Si no tenían nada de qué avergonzarse, ¿por qué se habían escondido? Y si lo que hacían era sano y correcto, ¿por qué estaban agotados al mismo tiempo? Obligados ahora a evaluar sus actividades nocturnas según los estándares diurnos, descubrieron que no podían hacer una comparacion entre los dos contextos, no podían justificarse. Cada uno sentía que nunca podría explicar lo que había estado haciendo a aquellos que no habían sido parte de ello; en la sala de reuniones del edificio del ayuntamiento, con esos dos hombres mirándolos fijamente, algunos incluso se habían preguntado si lo que hacian durante la noche los hacia seres malvados. Así que aunque a un extraño le parezca sorprendente que los ciudadanos de esta pequeña ciudad se vuelvan tan fácilmente en contra de ellos mismos y de los demás, en realidad no era tan inusual, después de todo.

Durante la semana siguiente, el día a dia en Duvbo estuvo lleno de rumores y sospechas. Todo el mundo hacia un gran espectáculo de indignación al descubrir posibles influencias ilícitas en su preciosa comunidad, y abundaron los chismes sobre quién podría ser el responsable. Todos los “maduros ciudadanos” eran demasiado educados como para referirse a alguien por su nombre, pero proliferaban las insinuaciones: los residentes de cada calle hablaban de los de las otras calles llamandolos de “malos vecinos”, del mismo modo que los empleados de cada empresa hablaban de los malos tipos que podían encontrarse en otras empresas menos honestas, mientras que, al final del día, los maridos y las esposas hablaban de las malas influencias de otras familias. Todos estaban ansiosos, sobre todo, por desviar la atención de sí mismos, ya que cada uno estaba seguro de que, si salían a la luz sus propias actividades nocturnas, sus conciudadanos no darían cuartel en apurarse a atribuirles la culpa y asi desviar la sospecha de si mismos.

Por la noche, las reuniones seguían teniendo lugar, pero con menos gente, y con una tensión en el aire que nunca antes había existido. Negando las medidas tomadas en el mundo diurno, temerosos de hablar en voz alta sobre la situación pero incapaces de quitarse el peso de la cabeza, los conspiradores que aparecian se lanzaban con más fuerza a sus danzas de fantasia, pero cada vez con menos éxito: una nube oscura se cernía sobre cada momento, sobre cada paso de baile. Al menos aquí, en una abierta y anónima admisión de su culpa, la gente no se miraba con ojos hostiles o juiciosos; pero cada mañana al pasar junto a sus conciudadanos en la calle, las cosas eran decididamente diferentes. Cuando antes miraban a los transeúntes con un sentido de alegría y compañía, preguntándose si también ellos eran juerguistas nocturnos, ahora miraban a todos los demás con miedo, no sea que se trate de jueces que esperaban para dictar sentencia sobre ellos, o antiguos camaradas que los entregarían para salvar sus propios pellejos.


En la siguiente reunión del pueblo, cada adulto llegó con un informe completo. Algunos trajeron grandes fajos de papeles bajo sus brazos, otros enormes carpetas divididas en secciones según sistemas arbitrarios de categorización, otros gruesos cuadernos con todas las posibles infracciones de la moral y los gustos públicos que les habían llamado la atención anotadas. Se sentaron, con la espalda recta, los labios apretados, los rostros en blanco, sin mirar ni a la izquierda ni a la derecha, y esperaron a que comenzara el proceso. Nadie llegó tarde esta vez, y a la hora señalada, el alcalde, ansioso por mantener la imagen de autoridad responsable, se levantó para oficiar. Desde sus asientos en la parte delantera de la sala, los dos ex-oficiales le miraron con expresiones de acida impaciencia; Titus, también, observaba desde su escondite en el monte.

“Queridos conciudadanos”, comenzó el alcalde, y se aclaró la garganta como para llamar la atención, en una sala ya vacía de toda distraccion: “Estamos aquí reunidos para mostrar nuestra preocupación, nuestro compromiso, nuestros profundos sentimientos por la continuidad de nuestra orgullosa tradición de grandeza y pureza en esta ciudad que todos conocemos y amamos tanto, cuyo nombre conocen tan bien como yo, Duvbo. Espero que se unan a mí en estos tiempos difíciles para dar una luz de esperanza al futuro…” y siguió, y siguió, y siguió con este estilo durante algún tiempo, antes de que uno de los ex-oficiales se colara y le exigiera que se pusiera manos a la obra.

El alcalde convocó a la primera ciudadana al podio para hacer su informe. La lista estaba ordenada por orden alfabético, así que esta era Anna Abelard, una vendedora retirada. Ella sujeto una cantidad de papeles sueltos en sus manos, y se acercó al estrado con los ojos en el suelo. Anna tenía un corazón amable, y aunque sabía lo que se esperaba de ella, no había sido capaz de especificar ningún nombre o arriesgarse a poner en peligro a alguien más, por lo que todo su relato era una serie de abstracciones y referencias ambiguas a personas y eventos no especificados. Para los propósitos de la inquisición de los ex-oficiales, era absolutamente inútil, pero la dejaron hablar por una buena media hora, presumiblemente porque podían ver que esto era aún más mortificante para ella que exasperante para ellos. El tiempo parecía moverse a un ritmo aún más lento que en la clase de matemáticas.

Entonces, sin avisar, sin pedir permiso, alguien se levantó del público. Fue la señora Darroway. Su cara estaba cargada de años de poco sueño, los círculos oscuros bajo sus ojos eran más pesados que nunca, pero el aire de irritación que la afectaba durante el día desapareció ahora y su porte aquí fue de repente tan imponente como cuando presidía los círculos de cuentacuentos en la hora de las brujas. “Esto es una tontería, y usted lo sabe”, dijo claramente. “Deja que Anna se baje del estrado… ella obviamente no tiene nada que decirte. Si está tan seguro de que hay maldad en nuestro pueblo ahora, ¿por qué no nos dice dónde está?”

Ambos ex-militares se pusieron de pie en señal de indignación. “¡Cállese, maestra!”, gritó el primero. “¡Esta es una reunión importante, que no debe ser interrumpida por preguntas ociosas! ¡Usted debe saber mas que nadie por su propia profesión que no se debe de hablar fuera de turno!”

“Entonces dinos dónde está”, insistió la señora, con calma.

“Te diré dónde está”, gritó el otro, “¡esta en los maestros como tú que dan malos ejemplos! ¿Cómo se supone que nuestros niños crezcan con un respeto adecuado a las reglas y a la autoridad con mujeres como tú como modelos a seguir?” Dio un paso atrás para dirigirse a la audiencia en general. “¡Y está en todos ustedes que dejaron que el tejido moral de esta ciudad se deshilache y se deshaga! ¡Está escrito en cada rostro de esta sala, en sus movimientos secretos, en sus ojos marcados por el misterio, la indiferencia que muestran ante asuntos importantes como éste! Puede que no sepamos lo que está pasando todavía, pero recuerden nuestras palabras: ¡lo descubriremos!” Y salió de la habitación enfurecido, con su secuaz detrás.

Cuando el oficial menciono aquello de los “ojos marcados por el misterio”, todos en la habitación se estremecieron a pesar de ellos mismos. Miraron a su alrededor, y era cierto: en prácticamente todos los rostros había un signo de culpa, la evidencia de una doble vida. Así que el juego estaba casi terminado: los dos autoproclamados detectives no sabían nada todavía, pero sabían dónde empezar a buscar, y era sólo cuestión de tiempo antes de que descubrieran la verdad sobre Duvbo. La gente del pueblo temblaba, mirándose el uno al otro con miedo y apresuradamente empezaron a salir por la puerta para dirigirse a casa. Sólo el alcalde se quedó atrás, retorciéndose las manos por la escena que sus ciudadanos habían causado, y anhelando aquellos días sencillos en que su mayor preocupación había sido qué corbata usar para el desfile de Navidad.


Esa noche, quinientos cincuenta y cinco conspiradores se escabulleron por las ventanas de sus dormitorios, cada uno de ellos con más ganas que nunca de no despertar a los demás de su sueño. Se arrastraron por las oscuras calles llenas de sombras de sus hermanas, hermanos, padres, madres, vecinos y compañeros de trabajo, haciendo todo lo posible para evitar ser detectados hasta que llegaron, disfrazados, a la plaza principal. Aquí, una gran hoguera ardia, y la señora Darroway, vestida con su magnífica piel de oso, ya estaba dirigiendo una discusión sobre lo que se debía hacer a partir de ahora.

Las tensiones eran altas y las acusaciones volaban. Algunos sostenían que las reuniones debían suspenderse hasta un momento más seguro; otros, hablando elocuentemente de la libertad y la energía que apreciaban en esos momentos, creían que podían seguir celebrándose, pero a intervalos más prudentes; otros argumentaban que era tonto e irresponsable pensar en reunirse de esta manera alguna vez más, que se ponía demasiado en peligro a todos. Cada uno estaba de acuerdo en que los buenos tiempos habían llegado a su fin y que los tiempos oscuros habían llegado en su lugar.

“¿Pero qué se supone que debemos hacer, si no podemos reunirnos más aquí?” exigió una joven apasionada, vestida con un brillante vestido de lentejuelas verdes y plumas salvajes. “Todos nosotros salimos a vagar y nos unimos a este carnaval de medianoche porque la vida sin él era demasiado vacía para soportarla! No podemos simplemente volver a esas vidas estériles, ¿verdad? ¡Casi siento como si prefiriera morir antes de hacerlo!”

“Ojalá pudiera decirte que hay otra opción, querida”, dijo Anna, la vendedora retirada, tristemente, desde detrás de su velo de plata. “Pero creo que tenemos que dejarlo pasar. Así es la vida. Había una vida para mí antes de encontrar mi camino aquí, sabes, y habrá una vida después, para todos nosotros, aunque no sea lo que preferimos.”

“No tenemos que dejarlo ir a menos que queramos”, respondió la señora Darroway, acaloradamente. “Debemos decidir qué riesgos vale la pena tomar, a qué renunciar y qué mantener. Así es como hicimos esta sociedad secreta para nosotros, y si la suspendemos o la disolvemos, debe ser sólo porque creemos en ello, no porque pensemos que somos víctimas del destino. Toma tu decisión por ti mismo”.

“¡Quiza sea fácil para ti decirlo!” Dijo el padre de Titus. . “Algunos de nosotros tenemos hijos. Tenemos que pensar en su futuro, en hacer de éste un ambiente saludable para los jóvenes. No tenemos la libertad que debe tener usted para tomar decisiones por nosotros mismos. De hecho, cuando tu tomas tus decisiones, ¡también estas nos afectan al resto de nosotros! ¿Qué pasa si tú y gente como tú siguen viniendo aquí, causando problemas para todos nosotros? ¿Cómo se supone que vamos a criar a nuestros hijos en un pueblo donde pasan cosas como esta?”

El pequeño Titus quería quejarse, decir que los niños como él no debian crecer en un mundo sin magia, sin bailes, disfraces y cuentos de hadas, pero tenía miedo de hablar, tenia miedo también de ser reconocido por sus padres. “¡Nos harías renunciar a nuestras vidas de nuevo!” gritó una figura enfadada desde las sombras, uno de los bomberos. “¿Para qué empezaste a venir aquí, entonces?”

“¿Quién eres tú para arriesgar nuestras vidas decidiendo por nosotros, y por nuestros hijos?” replicó otro padre enfurecido, y la verdadera pelea estalló. Todos trataron de gritar más fuerte que los demás, y durante muchos minutos el caos se descontroló, hasta que una repentina comprensión ahogó las palabras en cada garganta: la gente del pueblo había perdido la noción del tiempo y ya estaba amaneciendo. Con pánico, se dispersaron por todas partes, dejando la plaza con tanta prisa que olvidaron el cuidado que siempre habían tenido antes de no dejar ninguna evidencia de sus reuniones.


A la mañana siguiente, mientras hacía sus rondas, uno de los policías se encontró con los restos aún ardientes del fuego en el centro de la plaza del pueblo. Trató de pasar sin inmutarse, sofocando un escalofrío de miedo al darse cuenta de lo descuidados que habían sido él y los demás, pero entonces vio a otro ciudadano al final de la calle. Si le pillaban ignorando deliberadamente tan evidentes evidencias de una actividad inusual, se tomaría como un signo de complicidad; entonces puso su silbato entre los dientes y dio la alarma.

El informe de su hallazgo se difundió como un incendio forestal, y la respuesta fue inmediata e intensa. La noticia pasó de boca en boca por la ciudad en cuestión de horas, y se convocó una reunión de emergencia de todos los ciudadanos de Duvbo para esa noche. Durante la tarde circularon especulaciones sobre lo que los forajidos podrían haber estado haciendo en el mismo corazón de Duvbo la noche anterior, y cómo podrían ser capturados y llevados ante la justicia; todos luchaban por superarse unos a otros en las formas de mostrar su indignacion.

Esta vez el alcalde ni siquiera intento administrar la reunión. Los dos ex oficiales se habían colocado en una mesa alta en la parte delantera, desde la cual miraban a todos los demás mientras entraban. Era la atmósfera más tensa que se habia visto antes: la hostilidad flotaba en el aire como una carga eléctrica, y aunque nadie se atrevía a hacer contacto visual con nadie más, se lanzaban miradas de condena como dardos por toda la sala.

“Como portavoz del panel de emergencia que se ha establecido para manejar esta situación, llamo a esta reunión al orden”, comenzó el primer ex-oficial. “Obviamente todos ustedes son conscientes de la amenaza de la que les advertimos, así que confío en que no tendremos que soportar más interrupciones esta noche” -dijo echandole una mirada fulminante a la Sra. Darroway- “y asi estaremos libres para dedicarnos a limpiar esta ciudad”.

“Es evidente que los elementos indeseables, los subversivos, se reúnen por la noche, tramando Dios sabe qué desgracias y crímenes repugnantes”, continuó el otro hombre en la mesa. “El jefe de policía…”

“Sí, señor”, respondió el demacrado jefe de policía.

“Necesitará extender sus patrullas para cubrir cada hora de la noche además del horario diurno estándar, a partir de esta noche, para que los monstruos puedan ser llevados ante la justicia y sus planes sean frustrados”.

Hubo una larga e incómoda pausa. “Me temo que no puedo hacer eso, señor”, respondió el jefe de policía, y uno de sus hombres asintió con la cabeza. “Mis hombres necesitarán al menos una buena noche de sueño para estar listos para un cambio de turno como ese. Podemos tener las patrullas para mañana por la noche, pero eso es lo más pronto. Lo siento.”

“¡Bueno, entonces cierren sus puertas esta noche, conciudadanos!” rugió el primer ex-oficial, y sonó más como una amenaza que como una advertencia. “¡Esta será la última noche en que cualquier negocio divertido tenga lugar en esta ciudad! Y mañana nos reuniremos aquí, a la misma hora, para discutir otros grandes cambios que deberan hacerse en Duvbo.”


Después de la medianoche, sólo los más valientes se atrevieron a reunirse por última vez: La señora Darroway, la mujer del correo, la joven de las lentejuelas verdes, entre otros, incluyendo el jefe de policía que les había conseguido una noche más para darse una melancólica despedida entre ellos y al mundo que habían creado. Titus también estaba allí, por supuesto; sus padres habían cerrado y bloqueado las puertas de su casa, pero aún no habían pensado en hacer lo mismo con las ventanas. Los espíritus estaban allí en ese momento más bajos que nunca antes en Duvbo. Nadie hablaba; simplemente se sentaron en un círculo alrededor de un pequeño fuego, mirando fijamente a sus llamas menguantes, perdidos en sus propios pensamientos.

Finalmente la mujer de verde rompió el silencio. “Es tan triste, tan insoportablemente triste”, comenzó, con dificultad, “descubrir lo que has anhelado toda tu vida, descubrir que estaba dentro de ti todo el tiempo, y explorarlo, averiguar cuánto más grande y salvaje es de lo que nunca imaginaste, e incluso compartirlo con otros, sólo para perderlo, todo, debido a sus miedos”.

“Debido a nuestros miedos”, la interrumpo el triste jefe de policía. “Debido a nuestros miedos”. “Y no hay nada que podamos hacer, por mucho que lo queramos, por mucho que nos rompa el corazón.”

La señora Darroway, aún alta y orgullosa incluso en este momento sombrío, permaneció en silencio. Titus la miró horrorizado y consternado: le resultaba impensable que esta poderosa mujer, que era prácticamente un ser sobrenatural a sus ojos, se convirtiera de nuevo en una mera profesora de matemáticas, una mujer que tenía que dar clases y reprender a los alumnos indiferentes todo el día como un trabajo de la vida real y no como una coartada. Entonces, como ya lo había hecho una vez, la primera noche que participo de las reuniones, el chico reunió su coraje y habló.

“¿Realmente no hay nada que podamos hacer?” exigió el chico. “¿No nos estamos rindiendo demasiado fácilmente? ¿Estámos seguros de que no hay algo en lo que no hemos pensado todavía?”

“¿Pero qué puede ser eso?” preguntó la cartera, quien aún no sabía que el chico alguna vez había creído tan fervientemente que ella podía llevarle una invitación a otro mundo.

“¡Bueno, pensemos!” Titus frunció su joven ceño. “Si esta es nuestra última noche juntos, y mañana no podremos volver a vernos, bueno, al menos somos libres y estamos juntos ahora. Eso es algo.”

“Sí, adelante”, animó la señora Darroway, tranquilemente. “¿Qué podemos hacer con eso?”

“Si todavía somos libres ahora, y no queremos perder eso, y sabemos que lo perderemos mañana” -Titus reflexionó, pero no parecía haber otra cosa que hacer- “entonces supongo que la única esperanza para nosotros es que el mañana no llegue”.

“Y eso es imposible”, dijo el policía. “El sol saldrá en unas pocas horas, y entonces yo seré sólo un policía, nada más, por el resto de mi vida.”

Sin embargo, Titus era mucho más joven que los otros, y no tan resignado a lo inevitable como ellos. “¿Quién dice que es imposible?” pregunto, sorprendido por su propia voz. “Creía que era imposible que pudiera ser algo más que un policía, antes de que me topara con los encuentros aquí aquella primera noche. Todo lo que necesitamos es algo de magia para impedir que el sol salga, y este mundo será nuestro para siempre, como lo ha sido sólamente por unas pocas horas cada noche hasta ahora.”

¿”Magia”? Sí, eso es lo que necesitaríamos”, suspiró la mujer de verde. “Es una lástima que sólo la encontremos en cuentos. ¡Podríamos usarla en la vida real esta noche!”

“¡Quizás podamos!” dijo Titus, poniéndose de pie. “Lo que necesitamos es una danza mágica, una ceremonia para detener el sol. ¿Se uniran a mí para crearla?”

Los otros estaban en silencio; la esperanza en la voz del niño sólo los entristeció aun más. Pero finalmente la señora Darroway habló. “Es cierto que cuando llegué a mi primera noche de reunión en Duvbo, hace años, cuando había menos gente reunida que los que estamos aquí esta noche, sentí como si hubiera encontrado algo mágico”, comenzó. “Fue como un milagro, algo tan totalmente diferente de todo lo que había conocido que parecía desafiar las leyes de la naturaleza. Si eso es lo que necesitamos descubrir de nuevo, esta noche, para que esta historia tenga un final feliz, tal vez no deberíamos desesperarnos todavía.” Miró a los demás, con los ojos brillantes a la luz del fuego. “Yo estoy lista para bailar con el joven, a menos que alguno de ustedes tenga una idea mejor. Aunque sea nuestra última noche aquí, es mejor que la pasemos de pie que en nuestro propio funeral.”

Los otros se levantaron lentamente y se unieron a Titus. Este tomó una gran rama ardiente del fuego y la levantó sobre su cabeza, agitándola desafiantemente hacia el este. La señora Darroway hizo lo mismo, y los demás le siguieron. Uno de los bomberos empezó a tocar un ritmo tranquilo con el único tambor que quedaba con ellos, y los bailarines empezaron a zapatear con sus pies izquierdos, y luego con los derechos. Titus cogió la mano de la mujer y empezaron a girar.

Como tantas otras veces, dejaron el mundo de las cosas sólidas y la gravedad, y entraron en el mundo de la energía y el movimiento. Las estrellas en el cielo nocturno, el brillo rojo de la luz de la fogata en los árboles, la hierba y las sombras bajo los pies se convirtieron en un fondo borroso contra el que navegaban sus cuerpos, entrecruzados por los rayos de luz blanca que sus antorchas dejaban en el aire. El ritmo se intensificó y aceleró. Sus pies volaban sobre el suelo, apenas tocandolo lo suficiente como para empujar de nuevo, sus corazones golpeaban con los tambores - sus corazones eran como los propios tambores, dentro de ellos, instándoles a seguir adelante. Los otros también se arremolinaban ahora, entrando y saliendo de su visión como cometas. Todos juntos parecian animales salvajes liberados por un momento del miedo, la inercia y el propio peso.

Sabían que tenían que salirse de todo, dejar el mundo que conocían por completo, así que bailaron más y más rápido. Tan rapido, que el tamborero temía que sus pulgares pudieran salir volando; tan rápido, que el mareo brotaba en ellos en olas casi insoportables; tan rapido, que pensaban que sus huesos se romperían y sus dedos se separarían; tan rápido, que parecía que sus pies y manos y los propios músculos eran de fuego, que bailaban como sólo el fuego puede bailar. Bailaban como locos, como animados por demonios o ángeles; saltando alto como para poder volar, pateaban contra el suelo tan fuerte que parecía que tal fuerza debía detener la rotación de la tierra, dejarla quieta en el espacio.

Estaban tan atrapados en su baile, tan absolutamente poseídos y en trance, que ni siquiera notaron la luz que comenzaba a aparecer en el este. No se dieron cuenta de los primeros canticos de los pájaros, no se dieron cuenta de las nubes rojas ardiendo para revelar el primer rayo de sol que brillaba en el horizonte; ni siquiera notaron el amanecer cuando el sol subía, sobre las colinas, y comenzaba la mañana. Ellos giraban y volaban, las antorchas disparando chispas a su alrededor, el sudor de sus cuerpos lloviendo sobre la hierba; no notaban nada mas que el mundo mágico de la danza. Así fue como sus conciudadanos los encontraron esa mañana.

Y una cosa extraña sucedió. Mientras los primeros madrugadores salian a la calle, y veían a sus compañeros de noches anteriores aquí a la luz del sol, saltando sin vergüenza en el mismo movimiento desencadenado que ellos también habían saboreado, uno por uno se acercaron y se unieron a la danza. Ellos también comenzaron a bailar como si fuera todavía de noche, como si llevaran máscaras que escondieran sus identidades, como si nadie estuviera mirando, como si fuera la cosa más natural del mundo. Poco a poco todos los habitantes de Duvbo se reunieron en esa plaza, como tantas otras noches, pero ahora sin camuflaje ni mascaras; todos, es decir, por supuesto, excepto los dos oficiales del ejército retirados, que tuvieron la sensatez de salir de la ciudad inmediatamente y no volver nunca más.

Las escuelas y oficinas estuvieron vacías ese día, y también al día siguiente; y nadie en Duvbo tuvo nunca mas que sentarse derecho y mantenerse quieto, o luchar silenciosamente con el aburrimiento, o sospechar de algun un vecino. Algunos dicen que todavía se puede encontrar a la gente del pueblo allí, que la vida en ese pueblo es una fiesta continua que no conoce principio ni fin; otros dicen que Duvbo es un pueblo escondido y errante, que aparece por momentos u horas en todas las ciudades del mundo, inesperado e impredecible, y que un día aparecerá en todas partes a la vez. Otros insisten en que todo esto es sólo un mito, o un cuento para dormir que se relata a los niños pequeños; pero a tu sabia edad, pequeño, estoy seguro de que sabes que no debes creer a los que hablan así.


…porque todos los niños nacen para viajar atraves de mundos desconosidos sin que nadie pueda pastorearlos…